Los ciudadanos, es decir los votantes para centrarnos en su decisión política, son ajenos en sus decisiones a lo que muchas veces pensamos desde dentro de los partidos políticos. El votante toma su decisión (muchas veces) en clave de seguridad. Efectivamente no todos, faltaría más, pero sí la mayoría. Y esto lo saben bien desde los cuadros de mando sobre todo conservadores y desde aquellos que aspiran a gobernar desde las tácticas electorales. El votante tiene pocas ocasiones de ejercer su decisión, su expresión soberana, y por ello sobre todo no quiere equivocarse, quiere ganar y desea que con su voto no venga la debacle.
¿Qué quiero yo? ¿qué necesito que suceda? ¿qué es lo mejor para mi futuro?
(desgraciadamente —en muchos casos— en clave más personal que comunal)
El votante libremente indeciso, normalmente vota en clave muy personal, pues si tomara la decisión en clave social o comunal estaría ya trabajando dentro de organizaciones sociales. Hay muchas y la mayoría no son políticas. No hay pues excusa, hay decisión de estar o de no estar. Y lo cierto y curioso es que precisamente el votante indeciso es el que hace cambiar los gobiernos, ese votante que no pertenece a nada y que se mueve por impulsos ajenos a la política de ideas. Pero además el votante quiere ganar. Aquel que está más desideologizado simplemente quiere formar parte de la victoria. Y aquí las encuestas juegan un papel principal.
Quien dicen las encuestas que va a ganar tiene más posibilidades de ganar. No es que haya votantes que busquen en las encuestas al ganador para votarle, no es tan basto y simple el proceso. Es que se produce dentro de muchas personas ese deseo de formar parte del ganador, y actúa de doble forma. Bien modificando ligeramente la decisión si se está entre dos opciones. Bien terminando en la abstención si tu opción es de las perdedoras. Si simplemente un 8,5% de los abstencionistas de Zaragoza hubieran votado a Podemos, este habría tenido un diputado más y el PSOE uno menos.
También el votante ideologizado cambia de opinión y modifica el sentido de su voto. Pero generalmente antes de cambiarlo pasa por la abstención, por eso es tan importante saber trabajar en positivo y ofreciendo soluciones y no problemas.
Por eso también cualquier movimiento político que se produce en el espectro global de un país, lo hace desde diversas variables. Una es que no sólo se mueve quien parece que se mueve, sino también todos los demás empujados por quien se mueve. Otra es que todo proceso político, cuanto más democrático interno sea a la hora de buscar programas, más gris sale a la luz y más aceptable parece para la sociedad. Los grandes debates pulen las aristas, quitan las osadías, impiden salir a la calle a producir miedo aunque sea con ideas rompedoras y necesarias. Otra variable es que no siempre dos más dos resultan cuatro y esa variable es importante analizarla para que el resultado sea cinco y no tres. Aquí se trata de atrapar al abstencionista y no perder en el camino a los miedosos o llenos de ascos a la suma, pues entonces el resultado es mucho peor. Las sumas hay que plantearlas como multiplicaciones y no como adicciones.
Casi todos los partidos de izquierdas emplean en España unas actuaciones que yo considero equivocadas desde hace mucho tiempo. Sin duda el equivocado soy yo, lo admito, pues soy el diferente, pero aun así no me rindo y voy a explicarlo.
Todos los partidos de izquierdas intentan demostrar que son MUY de izquierdas en sus programas, en sus declaraciones electorales o preelectorales, para convertirse en moderados en cuanto entran a gobernar y tras ver el percal que se gasta el poder. Yo siempre he planteado que me parece más inteligente lo contrario. Ser moderados en los periodos electorales para atraer a los votantes moderados y ser progresistas contundentes a la hora de gobernar para demostrar que efectivamente en el poder, sí es diferente la izquierda de la derecha. En realidad tanto engaña una forma como la otra. Y nadie desea admitir este engaño electoral. Todos diremos que este planteamiento es falso. Pero todos sabemos que es real.
Las elecciones son un examen al que se presentan los partidos políticos. Todos quieren aprobar y sacar buena nota, es decir muy buen resultado. Pero aquí hay algo inevitable. La suma de la nota entre todos es 10 y hay que repartirla entre los examinados sin que pueda pasarse del número de escaños o concejales, es decir de ese teórico 10 total. Si uno sube la nota, el otro la tiene que bajar y suspender. No dependes sólo de lo bien que te sepas el examen, sino de los errores de tus contrincantes. Y sobre todo dependes de los que te examinan y lo bien o mal que les has sabido explicar (y ellos perciben) los deberes que te pusieron y los que dices vas a realizar…, aunque esto, mucho menos.
Julio M. Puente Mateo