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Entrada
de Roger de Flor en Constantinopla (cuadro de José Moreno Carbonero, 1888)
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“…traen
un buen cuchillo y buena correa y un eslabón en el cinto (…) una buena lanza y
dos dardos (…) una anetera de cuero a la espalda, donde portan sus viandas. Y
son muy fuertes y muy rápidos, para huir y para perseguir; y son catalanes y
aragoneses y sarracenos.”
Bernat Desclot describió a
los guerreros almugávares (“los que salen en algarada”) a finales del siglo
XIII, tras la conquista de Sicilia (1283) en la que éstos jugaron tan decisivo
papel en el triunfo de las armas aragonesas. Y sin embargo, aún estaban por
ocurrir los hechos de la Compañía de Oriente que darían a los almugávares su
fama definitiva y el dominio de los ducados de Atenas y Neopatria. Catalanes,
aragoneses y sarracenos… y sicilianos, valencianos, mallorquines, occitanos,
sardos, búlgaros… En diferentes momentos se unieron a estos soldados de fortuna
gentes de todo el Mediterráneo que compartieron con ellos su sanguinaria forma
de entender la vida para encontrar riqueza y estabilidad.
Las primeras noticias sobre
ellos (¿eran realmente ellos?) ya las dan las crónicas musulmanas de la
conquista de Zaragoza en la primavera del año 714. Quién sabe si eran
continuadores de los guerreros bagaudas que desde el siglo V hasta incluso poco
antes de la conquista musulmana asolaron el Valle del Ebro, y de los que
Salviano de Marsella decía que “Prefirieron
vivir libremente con el nombre de esclavos, que ser esclavos manteniendo sólo
el nombre de libres.”
Zurita da cuenta de su
reaparición, precisamente en tierra aragonesa, tras la conquista de Tauste
(1005): “Y poco después comenzó a poner
gente plática en la guerra y muy ejercitada en ella, que llamaban almogávares,
en el Castellar para que estuviesen en frontera contra los moros de Zaragoza”.
Estarán presentes en la
conquista de Mallorca, y de forma continua en la de Valencia, empresa impulsada
fundamentalmente por aragoneses, tras cuya culminación partirían como fuerza de
choque en las naves de Pedro III, que bajo la enseña de la Cruz de San Jorge de
Alcoraz intervinieron en Túnez y conquistaron Sicilia, Malta y Nápoles.
Lucharon con éxito contra la gran invasión francesa de 1285 y, ya acostumbrados
a viajar en las naves catalanas y sicilianas, una vez que su oficio ya no le
era útil ni cómodo al rey de Aragón, se pusieron al servicio de Bizancio. Allí
tras derrotar a otomanos, búlgaros, a los propios bizantinos que les
traicionaron y a los caballeros francos en la batalla del río Cefis, o Halmyros
(1311), se asentaron definitivamente en sus ducados griegos.
Eran denominados de muchas
formas, y su mención como catalanes tiene todo su sentido, dado que además de
haber al menos tantos como aragoneses entre ellos, en los puertos mediterráneos
eran mayoritariamente catalanas las naves que llevaban la enseña del rey de
Aragón, siendo temidos los ataques de saqueo o de conquista que llevaban a
cabo, como tantos otros pueblos ribereños del Mare Nostrum.
Adaptaron el nombre de
Atenas a su propia tradición fonética y toponímica de origen, llamándola Cetina
o Cetines; veneraban con fervor al patrón de los guerreros aragoneses, San
Jorge -cuyos restos se llevaron de su tumba de Capadocia- y llevaban su pendón
cantonado con las cuatro cabezas de moros dando fe de su adhesión al rey de
Aragón; entraban en combate gritando “¡Aragón, Aragón!”; aplicaron como ley
propia en Atenas y Neopatria los fueros de Aragón y las constituciones de
Cataluña en pie de igualdad, según el origen o adscripción a cualquiera de las
dos nacionalidades principales que los constituían.
Y fueron el mencionado
Desclot y, sobre todo, Ramón Muntaner sus más prolijos cronistas, describiendo
en lengua catalana sus nombres y hechos, heróicos para ellos, terroríficos para
quienes sufrieron sus crueldades. Para lo bueno y para lo malo (que lo hubo, y
mucho) son suyos y nuestros, catalanes y aragoneses, los almugávares de Aragón
Miguel
Martínez Tomey