7.4.15

Los Almugávares de Aragón. Historia de unos guerreros

Entrada de Roger de Flor en Constantinopla (cuadro de José Moreno Carbonero, 1888)
“…traen un buen cuchillo y buena correa y un eslabón en el cinto (…) una buena lanza y dos dardos (…) una anetera de cuero a la espalda, donde portan sus viandas. Y son muy fuertes y muy rápidos, para huir y para perseguir; y son catalanes y aragoneses y sarracenos.” 
 
Bernat Desclot describió a los guerreros almugávares (“los que salen en algarada”) a finales del siglo XIII, tras la conquista de Sicilia (1283) en la que éstos jugaron tan decisivo papel en el triunfo de las armas aragonesas. Y sin embargo, aún estaban por ocurrir los hechos de la Compañía de Oriente que darían a los almugávares su fama definitiva y el dominio de los ducados de Atenas y Neopatria. Catalanes, aragoneses y sarracenos… y sicilianos, valencianos, mallorquines, occitanos, sardos, búlgaros… En diferentes momentos se unieron a estos soldados de fortuna gentes de todo el Mediterráneo que compartieron con ellos su sanguinaria forma de entender la vida para encontrar riqueza y estabilidad.

Las primeras noticias sobre ellos (¿eran realmente ellos?) ya las dan las crónicas musulmanas de la conquista de Zaragoza en la primavera del año 714. Quién sabe si eran continuadores de los guerreros bagaudas que desde el siglo V hasta incluso poco antes de la conquista musulmana asolaron el Valle del Ebro, y de los que Salviano de Marsella decía que “Prefirieron vivir libremente con el nombre de esclavos, que ser esclavos manteniendo sólo el nombre de libres.”

Zurita da cuenta de su reaparición, precisamente en tierra aragonesa, tras la conquista de Tauste (1005): “Y poco después comenzó a poner gente plática en la guerra y muy ejercitada en ella, que llamaban almogávares, en el Castellar para que estuviesen en frontera contra los moros de Zaragoza”.

Estarán presentes en la conquista de Mallorca, y de forma continua en la de Valencia, empresa impulsada fundamentalmente por aragoneses, tras cuya culminación partirían como fuerza de choque en las naves de Pedro III, que bajo la enseña de la Cruz de San Jorge de Alcoraz intervinieron en Túnez y conquistaron Sicilia, Malta y Nápoles. Lucharon con éxito contra la gran invasión francesa de 1285 y, ya acostumbrados a viajar en las naves catalanas y sicilianas, una vez que su oficio ya no le era útil ni cómodo al rey de Aragón, se pusieron al servicio de Bizancio. Allí tras derrotar a otomanos, búlgaros, a los propios bizantinos que les traicionaron y a los caballeros francos en la batalla del río Cefis, o Halmyros (1311), se asentaron definitivamente en sus ducados griegos.

Eran denominados de muchas formas, y su mención como catalanes tiene todo su sentido, dado que además de haber al menos tantos como aragoneses entre ellos, en los puertos mediterráneos eran mayoritariamente catalanas las naves que llevaban la enseña del rey de Aragón, siendo temidos los ataques de saqueo o de conquista que llevaban a cabo, como tantos otros pueblos ribereños del Mare Nostrum.

Adaptaron el nombre de Atenas a su propia tradición fonética y toponímica de origen, llamándola Cetina o Cetines; veneraban con fervor al patrón de los guerreros aragoneses, San Jorge -cuyos restos se llevaron de su tumba de Capadocia- y llevaban su pendón cantonado con las cuatro cabezas de moros dando fe de su adhesión al rey de Aragón; entraban en combate gritando “¡Aragón, Aragón!”; aplicaron como ley propia en Atenas y Neopatria los fueros de Aragón y las constituciones de Cataluña en pie de igualdad, según el origen o adscripción a cualquiera de las dos nacionalidades principales que los constituían.

Y fueron el mencionado Desclot y, sobre todo, Ramón Muntaner sus más prolijos cronistas, describiendo en lengua catalana sus nombres y hechos, heróicos para ellos, terroríficos para quienes sufrieron sus crueldades. Para lo bueno y para lo malo (que lo hubo, y mucho) son suyos y nuestros, catalanes y aragoneses, los almugávares de Aragón

Miguel Martínez Tomey