En dos semanas nos empieza la campaña electoral que volverá a pasar sin pena ni gloria, y si sucede algo, será más pena, no lo duden. Es una campaña municipal y territorial, no es una campaña para elegir puestos de gestión estatal, pero nos va a dar igual. Se volverá a hablar por unos días de lo que no se ha hablado durante cuatro años, para despistar. De temas muy generales que no podrán resolver nuestros alcaldes y concejales, casi tampoco nuestros diputados a Cortes.
En Zaragoza no se hablará de un modelo de ciudad grande que sea posible y sostenible, amable y de calidad humana. No se hablará de las peatonalizaciones pendientes, ni de Tenor Fleta, ni de la revitalización de la Orla Este, ni de un Plan de Transporte urbano que mejore lo que hoy tenemos peor que hace unos años. Tampoco hablaremos de cómo rentabilizar la inmensa nómina de edificios públicos sin un uso suficiente, de dar sentido público a la cultura y al Arte, de planificar la ciudad de Zaragoza para el 2020, de saber qué se puede hacer con los grandes mamotretos maravillosos paralizados en la zona Expo, de por donde va a ir la segunda línea del tranvía, ni de revitalizar la zona histórica o de cuidar los barrios tradicionales que ya han dado la voz de alarma por su envejecimiento.
Y los zaragozanos caeremos en la trampa del cansancio y votaremos no sabemos bien qué, no sabemos bien para qué, no sabemos bien con qué objetivo. Porque nadie sabemos qué sucederá el día después, hacia donde van a llevar nuestra Zaragoza, por donde lograremos mover nuestra ciudad.
La política se ha convertido poco a poco en la antipolítica y me intento explicar, cosa compleja. Ya no se trata de explicar y creer en tus ideas, sino de hacerlas comestibles y visibles. Se trata en muchos casos de no molestar mucho y de olvidarse de la osadía, de no prometer lo imposible (eso siempre) pero es que a veces lo imposible no es lo que no se puede hacer sino lo que no nos atrevemos hacer.
Zaragoza necesita una visión más atrevida para sacar a nuestra ciudad del gris entre marengo y ceniza que nos atenaza. Estamos en una situación maravillosa para darle un impulso hacia arriba que no nos atrevemos a gritar. Por cultura, por Universidad, por modernidad, por Ebro, por historia, por turismo, por emblema religioso, por tamaño, por su situación geográfica, por gastronomía, por servicios. Pero nos agarrota el miedo a no sabemos qué. No trabajamos unidos y cuando lo intentamos enseguida se nos llama de todo y nada agradable. O lo que es mucho peor con quien nos unimos son unos trapaleros que solo buscar minimizar la unión como malos amigos a los que les estorba la compañía.
Necesitamos un ALCALDE capaz y que lleve Zaragoza dentro de su cabeza y sepa rodearse de un equipo de personas que a su vez lleven Zaragoza en su corazón. ¿Les parece fácil? Pues a mi —que conozco bien la actual situación— me parece casi imposible. Así que solo deseo que les ilumine un sabio dentro de cuatro semanas, pues Zaragoza se juega su futuro. ¿No me creen? Pues ya lo siento, la culpa es mía por no haberlo sabido explicar mejor. Yo conozco a uno, pero prefiero que sean ustedes quienes lo encuentren. Yo no incido directamente en sus decisiones.
Julio M. Puente Mateo
Julio M. Puente Mateo