No parece que fuera suficiente la fuerza del mayor
desplazamiento de una afición de fútbol en la historia de la Segunda División
para lograr una victoria que nos hubiera dejado más cerca de ese ansiado
ascenso directo con el que salir, de una vez, de esta pesadilla que dura ya
tres años.
Y eso que la tarde lo tenía todo para que los tres puntos
que estaban en juego entre el Numancia y el Zaragoza se fueran para nuestro
equipo. Las más de seis mil personas que (casi) invadimos Soria, tejimos en sus
calles una bandera blanquiazul desde primera hora. Cánticos sin parar y un
buenísimo ambiente caldearon la jornada para luego dar alas a nuestros
jugadores y que estos respondieran en el campo.
Pero esa comunión la truncó el personaje López Amaya, un
árbitro, chulesco e incapaz de ver más allá de su ego, rompiendo un
partido encarrilado por el Zaragoza. Ya llevábamos las sospechas en la nariz al
conocer los antecedentes de este colegiado, dos expulsiones y dos penaltis en
contra en sus cuatro partidos que ha pitado al Real Zaragoza ratificaría
nuestros temores.
Tampoco queda atrás en esa incompetencia, el propio Comité
de Árbitros presidido por el eterno Sánchez Arminio, al mandar ese
personaje para un partido de esa trascendencia y con sus antecedentes contra el
Zaragoza. Tan claro fue su “trabajo” que el mismo Christian Lapetra, presidente
zaragocista, dejó a un lado su crispante moderación para denunciar, al fin, el
trato arbitral en estos últimos años.
Cuesta entender esa fobia y el poco respeto de la
Federación de Fútbol y cuerpo arbitral hacia el equipo con mayor historia en
esta cutre Segunda División y de gran parte de la Primera. Así que solo
puedo achacar a esta clara animadversión, el lastre dejado por el anterior
presidente zaragocista y el no apoyar al inamovible Villar. Parece que nos lo
están cobrando.
Pero no quiero olvidarme de las ¿hermanadas aficiones?
cuando nos afrentamos en los Pajaritos. Muy hermanos para sonreír cuando 6.000
zaragozanos llenan el campo a 35 euros la entrada más barata y hacen caja los bares,
comercios y restaurantes. La sonrisa se heló durante el encuentro al
sacar el Numancia una agresividad impropia. Esa hermandad se transformó en
gritos y gestos despectivos hacia una afición zaragocista que había tenido un
comportamiento ejemplar y que les había levantado la economía en ese
día. Como bien dijo nuestro entrenador “…de haberlo hecho así toda la temporada, ellos estarían los primeros.”. Sí, somos hermanos, pero no primos.
Daniel Gallardo Marin