Cuando yo era niña, allá por los primeros años 60, tenía que ir a buscar el agua a la fuente de la plaza de las monjas en mi pueblo, Alagón.
Yo vivía cerca de la fuente pero cada día suponían cuatro o cinco viajes en busca del agua corriente que no teníamos en casa, para lavar, cocinar y beber pues en aquellas casas viejas no teníamos la mayoría de familia sin posibles el agua de grifo. Incluso tampoco para el wc donde se aprovechaba el agua de fregar para evitarme viajes a la fuente. Quiero recordarme que además vivía en un segundo piso, así que tenía que subir con el peso, siendo una niña.
En uno de mis muchos viajes por España, en este caso para conocer Palencia, vi en una exposición esta fotografía de la que os dejo arriba una copia, del fotógrafo José Núñez Larraz, donde nos muestra un cántaro igual al que yo empleaba para estos viajes aguariles.
Y me vino la tristeza y la pena junto al recuerdo. También el buen recuerdo aunque menos, de años niños en donde tenía que trabajar mucho. Yo tendría creo sobre los 8 y 9 años a lo sumo, pues enseguida me vine a Zaragoza a vivir y aquí ya disponía de agua corriente pues me fui interna a un colegio de monjas. Pasar de no tener agua a tenerla en todos los sitios y encima agua caliente me parecía casi un milagro. Pero como estaba entre monjas debí pensar que el milagro se lo habían hecho a ellas y entre ellas.
Aquel cántaro debía tener unos tres litros a lo sumo y era de zinc, creo que para que no se rompiera, lo cual era de muy agradecer, pues las hostias que me hubieran dado de haberse roto, hubieran sido de señalar. Aquella vivienda la tengo grabada dentro, tenía un dormitorio y una cocina pequeña más un wc en la escalera que era común para dos vecinos. Y sí, aquello era la España real de los primeros años 60. La triste España que hoy desconocemos y ni falta que hace.
Medranica