Siempre he creído en la Política y en la
actividad política como una actividad muy digna -¡y difícil!- de servicio a la
sociedad. Sigo creyéndolo también en estos momentos de confusión en los que se
acaba metiendo en el mismo saco a todo el mundo, como si con ello se pudiera exorcizar
la grave crisis global que atravesamos.
Han sucedido tantas cosas que nos afectan a tantos niveles que es lógico que exista una
cierta confusión ¿Quién imaginaba hace diez años la crisis que íbamos a vivir?
Decir “vivir” la crisis se queda escaso. Muchas
personas están sufriendo en sus propias carnes la pérdida del empleo, el empeoramiento
de sus condiciones laborales, la disminución de sus salarios o la pérdida de su
vivienda y, la inmensa mayoría, una pérdida incuestionable de su calidad de
vida. Y mientras eso está sucediendo, nos enteramos día tras día de nuevos engaños
y fraudes vergonzosos contra la hacienda pública por parte de personas relacionadas
con la actividad política ¿Explica esta situación el hartazgo ciudadano? Rotundamente
sí, y por eso es más necesaria que nunca una actividad política ejemplar por su
honestidad, aunque reconozcamos que el contexto ayuda poco.
Las medidas económicas y sociales impuestas
por el actual gobierno de Rajoy han supuesto hasta el momento un injustificable
desgaste de nuestros servicios públicos difícil de enmendar en los años
venideros. EL PSOE de Zapatero había dejado el terreno abonado: la modificación
del artículo 135 de la Constitución fue el principio de esta carrera hacia la
pérdida de derechos. Hubo otras reformas que fueron un fiasco y una suma de
parches mal puestos, como la educativa; otras, timoratas, como la de la memoria
histórica; las hubo también carentes de una financiación suficiente a medio y
largo plazo, como la ley de dependencia; y no llegó nunca un compromiso efectivo
con la universidad pública y la I+D. Muchas otras reformas no salieron de los
cajones, como la necesaria ley de financiación municipal…
El PP supo aprovechar bien esta coyuntura desde
el principio en su propio beneficio. Desde el inicio de la legislatura, esta
derecha ultraconservadora se ha afanado en diluir los progresos sociales y en legislar
en beneficio de los de siempre, imponiendo políticas austericidas. Conclusión: las
desigualdades sociales son cada vez más profundas; nuestros servicios públicos
son menos solidarios que antes; nuestra educación pública tiene muchas más
limitaciones para realizar bien su importante función social; nuestra justicia
es menos accesible que nunca; nuestra sanidad es cada vez más restrictiva,
agobiada por los sucesivos y brutales recortes; nuestros servicios sociales
están desbordados y no pueden dar una respuesta a las necesidades crecientes,
etc. A más a más, como decimos por aquí, la suma de recortes y de
incumplimientos de compromisos adquiridos con Aragón explica en buena medida el
retroceso al que nos están llevando en el conjunto del Estado.
Así que, efectivamente, nos indigna tanto la
pérdida de derechos, como el descubrimiento de la desvergüenza de demasiado
listillo que ha sabido sacar tajada del momento. Sucede en un contexto en el
que todo aparece confundido bajo el manto de la corrupción –fuerzas políticas,
dirigentes bancarios, organizaciones sindicales, etc.- y da la impresión de que
ya nada es válido, de que a la sociedad en general le resulta cada vez más difícil
hacer un ejercicio de reflexión y separar el grano de la paja. Sin embargo,
debemos hacerlo.
Necesitamos personas comprometidas en la
gestión de lo público y necesitamos que desde la reflexión política se elaboren
propuestas claras, útiles y éticamente intachables, es decir, que se guíen
esencialmente por el interés social. Pero quien se comprometa en este periodo
tiene que hacer mucho más que lanzar discursos de grandes palabras o disimular
sus grandes fracasos. De momento, tiene que conocer bien esos problemas, permanecer
cerca de la gente, vivir sus realidades… y nada mejor que las distancias cortas,
que mantienen una mirada abierta con inteligencia.
En su momento quise involucrarme en esta
inmensa tarea colectiva, y sigo pensando que la mejor opción son las personas
que conocen Aragón, lo viven, quieren trabajar por una sociedad más justa y
solidaria y se dejan la piel si hace falta para conseguir un futuro digno para
todas y todos. Sepamos separar el grano de la paja aunque las propagandas –las
viejas y las nuevas- nos abrumen.
Nieves Ibeas Vuelta