Cada vez más, las grandes ciudades se
comen a las pequeñas. Ya no se conforman con atraer y atrapar todo lo que
pueden de las zonas rurales de su entorno, sean sobre todo personas o posibilidades
industriales, ahora también se apoderan de las ciudades pequeñas. En la medida
en que crece la velocidad, se acortan distancias. Y con ello se accede a
dominar distancias más lejanas, más amplias zonas y más tamaños vecinales. Es
un claro error, es incluso una barbaridad, pero es lo que de momento tenemos.
Como cuando hablamos de transporte dentro
de las ciudades, pues todos entendemos enseguida que nos estamos refiriendo a
transporte de personas. Y la verdad es muy diferente. Las ciudades que se
precien de trabajar por sus habitantes, además de servir los servicios de
transporte urbano para mover a personas de forma rápida, barata y a todos los
puntos de la ciudad, debe hacer lo mismo con la cultura, con la información,
con el ocio, con la limpieza, con la salud o la educación. Aquí no se necesitan
autobuses sino decisiones.
La descentralización de todos los
servicios es necesaria, pero crea otro problema si no se sabe hacer bien. Es el
vaciamiento de la excelencia de un punto, para descentralizarlo y dividirlo en
varios puntos. Hemos cambiado transporte de conocimientos, de cultura, de arte,
por el desmembramiento de estos servicios en pedazos que repartimos por el
territorio urbano. Parece lo mismo pero no lo es. Y cometemos un error. Sale
más sencillo distribuir servicios no urgentes y necesarios que recoger y
agruparlos pero facilitando a las personas su inclusión, su acercamiento.
Llevamos todos los servicios hasta las personas para que no se muevan, en vez
de mover a las personas hacia donde agrupamos todo hasta convertirlo en lo
excelente.
Curiosamente no estoy defendiendo la
centralización aunque lo parezca. Así que debo explicarme mejor.
Este concepto de transporte de personas o
de servicios no es igual entre todas las ciudades, y menos entre todos los
países. En algunas ciudades, muy extendidas ellas en su tamaño —incluso para
contener menos de un millón de habitantes necesitan más del triple de extensión
que el actual tamaño de nuestra Zaragoza— han tenido que optar por la lógica dado su
extensísimo tamaño muy poco poblado. Centralizar los servicios comerciales,
culturales, artísticos y de gestión en un solo punto de atracción. Esto crea
ciudades vacías de servicios —algo impensable en el concepto español de ciudad
de barrios— que rodean y abrazan un solo punto comercial, de gestión
administrativa, de servicios. Que no es de momento el caso de Zaragoza y que
sin duda debemos evitar totalmente.
En estos casos las distancias entre los
habitantes son grandes. Para sumar 1.000 personas que habitan una superficie
hay que recorrer dos kilómetros mínimo, espacio brutal para dotar de servicios
básicos a la superficie. Por ejemplo paradas de autobús cada 500 metros. Recordar
que en España se suelen pedir paradas de autobús cada 200 metros.
El punto medio —y más complejo de lograr—
entre centralización y descentralización es el correcto. Punto medio de tipo de
servicios, pero también de tipo de urbanismo donde haya una mezcla de todos los
sectores productivos. Cada barrio debería tener vida propia, y si no tiene
servicios púbicos suficientes por diversos motivos (baja habitabilidad suele
ser el más normal), debe tener unos servicios de transporte de personas que
resulten excelentes. Ni es correcto tener ambas posibilidades, ni lo es no
tener ninguna.
El ejemplo de los Distritos en Zaragoza es un
excelente modo de organizar una ciudad entre 500.000 y 2.000.000 de habitantes.
Que sea bueno no quiere decir que en Zaragoza se haga perfectamente, pues
contiene errores importantes que hay que rectificar. Pero el modo, el fondo del
sistema, es el bueno. Siempre que la ciudad lo permita, y para ello deben ser
ciudades compactas.