29.1.15

El valor de la laicidad en la actualidad. En Aragón, España o Europa

Tras los hechos acaecidos en París, el recuerdo de la matanza de Atocha y la amenaza yihadista latente en toda Europa, los Estados europeos se han lanzado a adoptar medidas que afectan a la seguridad, lo cual puede ser una solución a corto plazo ante el problema al que nos enfrentamos como sociedad, pero debemos plantear también soluciones a medio y a largo plazo. 

Evidentemente, el problema no se erradica fácilmente y siempre cabe la posibilidad de un "lobo solitario", pero la sociedad europea debe reflexionar sobre cómo dificultar que puedan crearse "caldos de cultivo" donde la intolerancia religiosa y la xenofobia crezcan.

Se debe, por tanto, actuar por la urgencia de los hechos (con la debida cautela y desoyendo carroñeros que creen haber encontrado una coartada para sus intenciones de recortar libertades públicas), pero también a medio y largo plazo.

Uno de los antídotos es la laicidad y la educación laica en igualdad. Las sociedades actuales y, quizá más las futuras, son multiculturales. En Aragón hay un porcentaje todavía no muy importante de ciudadanos y ciudadanas aragoneses que han nacido fuera de nuestras fronteras. Es previsible (y deseable) que su número crezca. La inmigración a nuestras ciudades no proviene mayoritariamente del Pirineo o de las Sierras Ibéricas, como hasta los 80 del siglo pasado, sino del Atlas, de los Cárpatos o de los Andes, por decirlo gráficamente.

Gentes de otras culturas, otros puntos de vista, otras costumbres y otras creencias pero SON aragoneses y debemos integrarlos como tales respetando sus peculiaridades. Debemos evitar la tentación uniformizadora, la exclusión, los guetos, debemos combatir el hecho de que haya "escuelas para inmigrantes y minorías étnicas" como, de facto son algunas de las escuelas públicas urbanas, debemos superar la confusión existente en las instituciones entre lo público y lo privado. Debemos ir hacia la neutralidad religiosa de los poderes públicos. Los nuevos vecinos y vecinas deben sentir nuestras instituciones como propias, porque también les representan a ellos, sin perjuicio de que los poderes públicos deben garantizar el ejercicio PRIVADO de las creencias de sus ciudadanos en pie de igualdad de todas las confesiones sin más límite que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Estatuto de Autonomía, la Ley y el Derecho.

Cualquier cargo público representa a una pluralidad de ciudadanos y ciudadanas y debe exigírsele neutralidad y respeto a todas las creencias, independientemente de las que pueda ejercer a nivel individual en el ámbito privado. Vaya Vd. a misa si quiere, participe en la procesión o adore a Alá, Buda o hágase animista, pero sin la banda edilicia y sin representar a nadie más que a Vd. mismo.

El ejercicio de los valores de igualdad, libertad, fraternidad y laicidad no caben sino desde el más profundo respeto a la libertad individual de la ciudadanía, y en este sentido, en los actos oficiales hay que excluir tanto la asistencia de las autoridades a los actos religiosos en su condición de cargo público (insisto, siempre respetando su decisión en la esfera privada), como la presencia en los actos oficiales de los miembros de las diferentes confesiones religiosas como representantes de éstas. Invitaremos al imán de la mezquita que preside el equipo de fútbol del barrio a la fiesta del deporte local, pero porque preside el equipo, no porque es el imán.

La Administración Pública es de toda la ciudadanía y no puede haber objetos, símbolos y fórmulas de ninguna confesión religiosa en los actos de toma de posesión u otros actos públicos (celebración de plenos, sesiones parlamentarias,....), ni en sus locales puede haber símbolos de religión alguna, más allá -lógicamente- de los objetos del patrimonio histórico artístico que de manera permanente pueda haber en un edificio o sala. Es decir, no se trata de eliminar a Hércules en su eterna lucha pétrea con el león de Nemea de la extraordinaria fachada del Ayuntamiento de Tarazona o a Santa María de la heráldica de Albarracín.

                                                                       Jorge Marqueta Escuer.

2 comentarios:

  1. Me parece muy interesante el artículo, aunque lo considero casi una utopía.
    Siento cierto prurito, cuando veo desfilar a los alcaldes en las procesiones de tal o cual santo
    y negarse luego a apoyar cualquier acto de otra confesión, aunque sea protestante.

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  2. Pues efectivamente, hay que separar la religión de la vida política, pues es algo importante pero muy personal.

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