Es difícil escribir en este
momento algo diferente o innovador a lo mencionado en los ríos de tinta que se
han desparramado por todo Aragón y por todo el mundo, tras los terribles
atentados yihadistas perpetrados en París. No hay palabras para
describir el dolor intenso del corazón de un ser humano ante tamaña barbarie, como
no puede haber palabras ante cualquier hecho violento realizado sobre
inocentes. El ataque contra la libertad de expresión, masacrando a
dibujantes y periodistas, a algunos nos deja impactados, noqueados, pero para
otros, puede ser la excusa perfecta para ahondar en la represión y control
de la ciudadanía.
El miedo que los violentos
han querido implacablemente esparcir sobre la sociedad francesa y por extensión
sobre la occidental, tiene un doble efecto, en primer lugar y como
primeras víctimas, ha sido otro aviso más a los propios seguidores de la religión islámica,
a los que pretenden amedrentar para que no caigan en la desviación de "su
Corán" ante las "provocaciones occidentales" y, en segundo lugar,
es una amenaza sobre todas las ciudadanas y ciudadanos, menospreciando su
dignidad y el derecho a la vida.
Deberíamos preguntarnos a
quién benefician estos actos, pregunta que, por los inmediatos hechos
posteriores, manifestación incluida (curiosa foto), y la determinación y
rapidez con la que las autoridades mundiales se aprestar a regular
restrictivamente el convivir ciudadano, se contesta por si misma. En la Unión
Europea se lanzan planteamientos animosos para suspender uno de los
derechos básicos de su Tratado, cual es la libre circulación por su
territorio de ciudadanos de sus estados
miembros. Actuar y legislar en caliente, sin reflexión, nunca puede traer
buenas consecuencias.
Además, como condimento sazonador
de la violencia y, por sus propias peculiaridades nacionales, estos asesinatos
reportan claros beneficios hacía los partidos xenófobos y extremistas del país
vecino, así como a todo tipo de mentalidades integristas deseosas de la
limpieza del diferente, derivada que nunca se puede descartar haya entrado
dentro de los delirios de los terroristas islamistas, pues, "cuanto
peor, mejor".
Está claro que a raíz de los
atentados del once de septiembre de dos mil uno contra las Torres Gemelas en
Nueva York, el mundo se ha vuelto, si cabe, más injusto y violento y, los
conflictos provocados en Oriente Medio, han hecho crecer la sed de venganza en
personas que nada tienen que perder, pues se lo han arrebatado todo (familia,
bienes, trabajo…), considerando su propia existencia solamente en función del
valor que le dan a su posible inmolación. Algo contra lo que es difícil luchar con
la fuerza bruta, desde una mentalidad occidental y sin despliegue de inteligencia
y de lo que, me temo, tendremos que seguir hablando mucho en un futuro
inmediato.
No es guerra de
civilizaciones, es batalla de incívicos.
Antonio Angulo Borque