Veinte de enero y ella repite las palabras que él le dijo en aquella tarde de lluvia de hace ya unos cuantos años: “Entiendo perfectamente que nadie envidie mi vida, porque la búsqueda del conocimiento es una tarea imposible y tratar de mejorar la vida de los demás a costa de la propia, todavía más disparatado”. Aquel día ella lo escuchaba silenciosa y entendió perfectamente el resumen de la vida de él y lo envidió, porque él vivía atrapado en su destino, un destino que había convertido su vida en raíles de tren con intersecciones tan desconocidas como anheladas, tan dolorosas como hermosas. Aquella tarde mientras le escuchaba hablar, ella supo que él tenía la llave del conocimiento, que abría cada madrugada y cerraba al anochecer, y en ese instante se la estaba entregando a ella, que solo era capaz de escuchar la lluvia y un rumor de olas en el horizonte. Luego él le habló del ADN, de las moléculas, de la vida, de la enfermedad, de la esperanza, del fracaso y del miedo y ella supo que, aunque no se lo dijera, estaban, como sociedad, abocados al vacío, al precipicio de la imbecilidad y en ese veinte de enero, viendo cómo Trump se imponía en el ruedo de la vida, ella se agarró a esas palabras, porque el mundo fuera era obsceno, envidioso, pueril, insufrible, vanidoso y enfermo.
Doce de febrero de 2017
Doce de febrero y ella apaga el televisor y recuerda las palabras de él y lo hace porque las escribió para no olvidarlas. Anochece y retumban en las aceras el eco de Vistalegre y del congreso del Partido Popular y entonces ella se pregunta que quizá todo está tan ensayado y medido que por eso resulta difícilmente creíble y más cuando las hojas de ruta apenas se desvían de lo establecido entre los márgenes de lo anteriormente establecido. Es como aquel actor que sabe exactamente cuándo debe sonreír, cómo, en qué momento besar y en qué preciso instante huir de la escena. Todo escrito y prescrito.
Trece de febrero de 2017
Trece de febrero y ella se levanta con resaca, es lunes. No leerá ningún periódico. No escuchará la radio. No quiere más atisbo de realidad que el que llega con el nombre de los deseos inconscientes, radicales, rabiosos y libres.
Ángela Labordeta - eldiario.es