Comenzaba la semana con el éxito del caudillismo y el culto al líder omnipotente y omnímodo en dos grandes partidos de la derecha y la izquierda española, en los que, además, triunfaba la ausencia de autocrítica y la radicalización de sus posturas.
Podemos, en Aragón, en el marco del debate presupuestario, volvió a poner sobre la mesa nombres, solo nombres. El debate político se esfuma. No hay ideas, no hay propuestas, ni crítica, ni sugerencias. Hay nombres, sillones y actitudes infantiles. En septiembre era que una conmilitona del partido morado ocupara la Presidencia de las Cortes de Aragón, hoy es que un Consejero deje de serlo. Nada más. No hay propuestas.
Mientras, el Grupo Parlamentario de Podemos se mofaba de los ciudadanos con un cartel que dice “keep calm and wait for presupuestos”. Toda una declaración de intenciones. Una licencia de quien se cree en posesión de la Verdad. La ciudadanía, a su juicio, puede esperar. Para ellos es irrelevante la falta de presupuestos, que imposibilita aplicar determinadas políticas sociales, convenios con entidades públicas (ayuntamientos y comarcas) y privadas, inversiones en educación, en sanidad, en infraestructuras,…. Todo se reduce a un cambiante e infantil juego de las sillas. Ponme aquí, quita a aquél de allá.
El nivel político es ínfimo y “los nuevos” lo han bajado escandalosamente, reduciendo todo, sin pudor, a un intercambio de puestos y nombres, de filias y fobias. A una suma de caprichos del líder. Es triste, sí, pero no olvidemos que son el reflejo de la sociedad, porque –a pesar de lo que digan algunos- sí, nos representan. Las Cortes de Aragón nos representan, pues los elegimos.
Leo con estupor y profundo dolor que unos bárbaros han atentado contra el quiosco de la música, la obra pública más lograda y delicada del modernismo aragonés. Veo fotos que muestran sus varillas de estilizados y deliciosos motivos vegetales retorciéndose malheridas en el suelo.
Realizado en 1908 para la Exposición Hispano Francesa y concebido para la plaza de los Sitios, la Ciudad lo trasladó en 1912 a su salón, el Paseo de la Independencia, para devolverlo en la década de los años veinte a la Plaza de los Sitios. Siempre lo tuvo en alta estima, hasta que la Zaragoza franquista, gris, carcunda e inculta de los sesenta, que tanto patrimonio destruyó, lo desterró al Parque Grande, convertido en ese momento en heterogéneo almacén de monumentos al aire libre.
Y allí estuvo, el Quiosco de la Música sin música, elegante pero mudo, recordando el arpa de Bécquer, que esperaba que alguien pudiera arrancar sus notas musicales.
Desde la bella torre de la Seo de Zaragoza caen cascotes de las virtudes cardinales platónicas que adornan, pero desgraciadamente no iluminan, a nuestra sociedad. Pareciera que caen de ellas lágrimas de piedra ante tan triste espectáculo.
Que a nadie le extrañe, pues son estos malos tiempos para la cultura, la responsabilidad, el talento y el buen gusto.
Jorge Marqueta Escuer.