Cualquier accidente mortal que destruye una vida genera un dolor insufrible a sus familias pero, cuando las circunstancias que rodean la tragedia demuestran causas inconcebibles, algo se rompe en el alma. El drama y el dolor imborrable de las familias de esas 149 personas, cinco ellas aragonesas, que viajaban en el Airbus A320 de Germanwing, se han visto acrecentados al conocer que el copiloto estrelló el avión de manera consciente. No hay consuelo que valga. No hay explicación posible. Solo queda esperar a que se recuperen lo antes posible los cuerpos para que sus familias puedan despedirse de ellos.
Me ha maravillado la generosidad de los vecinos de la zona y cómo se han volcado en ayudar a todo el mundo y también la transparencia y rapidez con la que el Fiscal encargado del caso, ha dado la información sobre las causas. Nada que ver con las formas y secretismo del gobierno español en su día, con el rescate e investigación de las 75 víctimas del avión militar Yak -42.
Pero este dramático hecho no puede caer en saco roto. ¿Cómo el copiloto de la nave con graves problemas de depresión y pánico pudo seguir en puesto de tanta responsabilidad, sin ser detectado? Toda la importancia que representa la aviación civil en un mundo globalizado, se viene abajo en momentos como estos. Será necesario, a raíz de lo ocurrido, articular un protocolo de actuación para que la salud de los pilotos sea una cuestión de empresa y, sin vulnerar el derecho a la intimidad de la persona, la visita al médico sea conocida hasta el último detalle si el diagnóstico puede afectar al desarrollo de su trabajo. Ojala que nunca vuelvan a repetirse tragedias como ésta. Aunque nada ni nadie pueden ya recuperar 149 vidas rotas. Todo mi cariño para estas familias.
Daniel Gallardo