A pesar de mis años, no recuerdo que el padre Ebro causara más
daños estos días que en las últimas décadas. Digo daños y no crecidas. El Ebro
como tal es un complejo mecanismo hidrológico geomorfológico, un río dentro de
un clima seco, vivo, irregular, variante, en función de las crecidas de sus
afluentes en épocas invernales a estiajes en verano.
Da vida a nuestros pueblos que aprendieron a convivir con él a través
de los siglos. Pero dicho esto, entiendo el enfado de esas gentes que han
visto anegados sus campos y viviendas por algo que ellos venían denunciando.
Acusan a la Confederación Hidrológica y al Gobierno de Aragón de no hacer
nada y estos replican desde la CHE que ¨no puede hacer nada¨ o que
el Ebro tiene una "evolución extraña", tal y como ha dicho
Luisa Fernanda Rudi. Ambos han estado a la altura de lo que se podía prever.
La falta
de limpieza de su cauce, el excesivo dudoso proteccionismo de su fauna y flora,
cuando otras especies invasoras lo invaden, han hecho que el río
poco a poco cambie su cauce haciéndolo menos controlable.
Se han de escuchar más las voces de quienes lo viven y lo conocen
bien. Alcaldes de pueblos, barrios o pedanías, vecinos, agricultores y
ganaderos, todos ellos llevan una vida entera entroncada en sus riberas.
El desastre económico y también ecológico —si es eso lo que querían proteger—
ha dejado con los pantalones abajo a la DGA y a la CHE y lo que es peor, han
arrasado el patrimonio de toda una vida de trabajo de cientos de personas.
Momento será de pedir responsabilidades y revisar la legislación
sobre el tramo medio. Mientras, el gobierno central y autonómico tendrán
que adoptar medidas urgentes para resarcir tanta pérdida, pero de inmediato. Lo
que duele es que se podía haber evitado tanto desastre.
Daniel Gallardo Marín