“Zaragoza
parece una motita blanca en el centro de una gran esmeralda. Posee lugares de
recreo como el Castillo de la Alegría. Sobre sus jardines se desliza el agua de
cuatro ríos, transformándola en un mosaico de piedras preciosas”.
Estas palabras tan poéticas (traducidas) del
cronista árabe del siglo XIV Al Qalqashandi, y recogidas del libro “Aragón. Luces y sombras de su historia” de Enrique Solano, reflejan una mirada de nuestra ciudad mezcla
de importancia y amor, de conocimiento viajero y de unos deseos de trasladarnos
su mirada de una Saraqusta que ya en los siglos X y XI era una gran ciudad.
Cuando en el texto se nombra “motita blanca” se
estaba refiriendo a las murallas romanas de caliza blanca y al encalado blanco de
las casas que sobresalían sobre las murallas pues el suelo de las calles de la
ciudad estaba algo elevado, mientras que las zonas que rodeaban a las murallas
estaban más bajas que en la actualidad, para que las murallas sirvieran de
defensa efectiva. La “gran
esmeralda” eran los
inmensos campos de olivos verdes que rodeaban a la ciudad y que con su hoja
perenne siempre tenían de verde los alrededores. Y el Palacio de la Alegría era
la forma coloquial como llamaban al Palacio de la Aljafería.