“Opongo un rey a todos los pasados; propongo un rey a todos
los venideros: don Fernando el católico, aquel gran maestro del arte de reinar,
el oráculo mayor de la Razón de Estado”, escribía en 1640 Baltasar Gracián en
“El Político”, que tomó como modelo de estadista al rey aragonés.
Y es que, una de las características esenciales de Fernando
II de Aragón fue su gran habilidad diplomática y política internacional, pero,
en un momento en que se crean los estados nacionales, fue un mal rey para los
asuntos internos de Aragón.
Fernando II de Aragón ni imaginó España (en ese momento,
nadie imaginaba España más allá de una referencia geográfica asimilable a la
Península Ibérica, incluido Portugal. Para hablar de España como Estado habrá
que esperar a la conquista de la Corona de Aragón por Felipe Anjou, el primer
Borbón, a inicios del siglo XVIII), ni abrió nada a Europa. Y es que Aragón
estaba abierto a Europa mucho antes de su reinado.
Desde el nacimiento de
Aragón las relaciones con el Papado, el Sur de Francia y el Mediterráneo habían
sido constantes durante toda la Edad Media. Béarn (básico en las campañas de
Alfonso I), Bigorra, Cominges, Foix, Carcasonne, Perpignan, Provenza, Nápoles,
Sicilia, Atenas, Neopatria,…), tuvieron constantes relaciones amistosas o
bélicas, según las épocas, con Aragón. Recordemos que Aragón fue potencia
medieval mediterránea en un momento en que el Mediterráneo era el centro del
comercio internacional (Asia era un misterio, con el África subsahariana apenas
había relaciones y América y Oceanía eran desconocidas para Europa).
Pero volvamos a nuestro Rey Fernando. La Europa de finales
del siglo XV es un momento de fortalecimiento de la autoridad real frente a los
señores feudales, de centralización del poder en las monarquías y el inicio de
las formas estatales, especialmente en Francia y en Inglaterra.
Es el momento de justificación ideológica y jurídica de la
creación de estados nacionales frente a los señoríos feudales. En Aragón
ocurrió algo parecido. Se fueron ampliando los cargos públicos que debían ser
desempeñados exclusivamente por aragoneses: gobernador del reino, baile
general, merino, desde 1300; eclesiásticos, desde 1423; se formulan y refuerzan
las instituciones nacionales con base en la tradición foral (Martín de Sagarra
señala los Fueros como origen de la institución del Justicia, el primer
cronista del Reino, Gauberto Fabricio Vagad, publica en 1499 una Crónica que
refuerza la foralidad).
En ese ambiente nace, en 1452, el que iba a ser Fernando II
de Aragón, protector de las artes y príncipe renacentista, reflejado en su
divisa “tanto monta” en alusión al nudo gordiano imposible de desatar con las
manos y que Alejandro Magno cortó con su espada para cumplir la profecía de que
quien los desatara dominaría Asia. Toda una carta de presentación. Fernando II
era un hombre decidido a ampliar su poder, territorial y político, sin
importarle los impedimentos: “el fin justifica los medios”, dirá años después
Maquiavelo, que lo nombrará en su obra “El Príncipe”, compendio de lo que debe
ser el príncipe renacentista.
Su propio nacimiento en Sos (la villa no se renombrará “del
Rey Católico” hasta 1925) fue una decisión política. Su padre, Juan II estaba
en Navarra guerreando contra su hijo primogénito Carlos y la reina se trasladó
a Aragón para dar aquí a luz a Fernando, futuro rey aragonés, que fue bautizado
en La Seo de Zaragoza.
En 1461 juró en Calatayud ante las Cortes de Aragón como
príncipe heredero y, pronto, como Príncipe de Gerona, tuvo que hacer frente a
las continuas rebeliones catalanas frente a los Trastámara. El niño Fernando
vive en primera persona la guerra civil de la Corona de Aragón: su padre, Juan
II aliado con Francia haciendo frente en cruenta guerra a una parte de la
Corona, Cataluña, aliada de Castilla, que –paralelamente- amenazaba la frontera
occidental de la Corona aragonesa. La interminable guerra civil forjaría el
carácter del aún adolescente Fernando, el cual, en hábil maniobra política de
su padre, sería casado con la heredera de la Corona de Castilla, Isabel, en
1469, sosegando las relaciones con el vecino reino del Oeste.
Finalizada la guerra con Cataluña en 1472, frente a la
pujante Castilla se encontraba la Corona de Aragón agotada por una guerra
civil. En 1479 fallece Juan II y su segundogénito pasa a ser Fernando II de
Aragón. No existía España como entidad política, no hubo más unidad que la
dinástica. Fernando fue II de Aragón, II de Sicilia, III de Nápoles y V de
Castilla. Jamás se tituló como rey de España ni como rey catalanoaragonés, tan
malo es falsear la historia como imaginarla. Cabe recordar las palabras de Alonso
de Aragón, hijo bastardo de Fernando que afirmaría en 1516, a la muerte de su
padre, “hay un deseo muit grand de ver separados estos reynos de la Corona de
Aragón, de los Reynos de Castilla”.
La obsesión de Fernando II no fue imaginar España, fue crear
un Imperio Trastámara, lo que supuso un abandono de Aragón y su Corona y su
sometimiento a los intereses ajenos al Reino. No es casual que los aragoneses
introdujeran en el escudo de Aragón en 1499 el árbol de Sobrarbe, para recordar
a Fernando II que “antes fueron leyes que reyes”, que si era Rey de Aragón, era
por haber jurado sus fueros y comprometido a defender sus derechos y
libertades. Todo ello en un ambiente de reforzamiento de la entidad nacional
aragonesa, al que antes me he referido.
Fernando II tuvo una gran desafección hacia Aragón, convertido
en un estado marginal de su idea imperial. El gobierno de la Corona de Aragón
lo confió a lugartenientes, virreyes y al Consejo Supremo de Aragón, creado en
1494. Los intentos de introducir instituciones de inspiración castellana
contaron con un fuerte rechazo en Aragón, como la reintroducción de la
Inquisición, que supuso un grave conflicto, con el rechazo frontal de las
Cortes de Aragón por ser un tribunal ajeno al país y “contrafuero”, recursos
legales, negativa de Teruel de aceptar un Tribunal temporal, con formación de
un ejército por parte de Fernando II, revueltas y asesinato del Inquisidor Pedro Arbués,
seguido de una fuerte represión. Otras instituciones que intentó introducir a
imagen castellana, como las Hermandades para mantenimiento del orden público,
fueron rechazadas en Aragón y fracasaron por la oposición de los aragoneses que
entendían que era una competencia propia de las instituciones aragonesas.
En 1504 muere Isabel de Castilla y la corona castellana es
heredada por Felipe I. Finaliza la unión dinástica de Aragón y Castilla y
Fernando II aprovecha para incorporar el Reino de Nápoles a Aragón, que estaba
en manos castellanas, y reorientar su política exterior hacia Francia,
tradicional aliado de Aragón, rompiendo la unión dinástica con Castilla.
En 1506 Fernando II casaba con la sobrina del rey francés,
Germana de Foix, en virtud del Tratado de Blois. Lamentablemente, Felipe I de
Castilla murió y Fernando II tuvo que hacerse cargo como regente de la Corona
de Castilla; el posible sucesor de la Corona aragonesa, hijo de Germana de
Foix, Juan de Aragón, apenas vivió unas horas con lo que los planes fernandinos
se desbarataron. Fernando II buscó desesperadamente sucesor para Aragón,
tomando supuestos afrodisiacos, que lo debilitarían hasta su muerte en 1516.
Tras la regencia de Alonso de Aragón, su nieto Carlos I fue
nombrado Rey de Aragón, tras jurar los Fueros ante las Cortes de Aragón en
1518, convirtiéndose así en Carlos I de Aragón, I de Castilla y V del Sacro
Imperio Romano Germánico, entre otros títulos. De alguna forma se cumplieron
los planes de Fernando II de constituir un Imperio, pero no sería Trastámara,
sino Habsburgo.
Jorge Marqueta Escuer.