En los viajes que ya hemos realizado a otras ciudades en el
orbe de las características de la nuestra querida Zaragoza, hemos atendido hasta
ahora poco el mundo árabe que tanta influencia nos ha dejado en nuestra forma
de comer, uso del aceite para freír, cómo regar o cómo matar las olivas. Hablamos
en su día de Samarcanda, pero es claro —aquí llegaron los recientemente doble nacionalizados
sefardíes— que nuestro clima recuerda a Palestina, recuerda al Rif, recuerda a
ciertas partes de Irán y de la India seca, el Rajastán.
En nuestro país hermano y vecino, Marruecos, tan lejano como
Portugal o Extremadura al mismo tiempo, no podemos utilizar como piedra de
toque a la febril Casablanca-Dar Beida (solo podríamos por nuestro barrio que
no tiene relación pero sí con ella por su común toponimia), ni alcanzamos como
ciudad a tener la potencia cultural de Fez, su Festival de Música Sacra ni su
barrio de curtidores y albaicín. Está claro que Fez por motivos muy evidentes
resiste solo la comparación con Granada, así como los minaretes de Rabat y la
Qutubía de Marrakesh solo son primos de la Giralda.
Pero hay una ciudad muy rica, muy interesante, centro
agrícola, Patrimonio de la Humanidad, con una maravillosa arquitectura de babs
(puertas y murallas) ubicada cerca del Atlas por la parte en que llueve y
beneficiada por sus aguas. Su hinterland produce el mejor trigo para cuscús y
un excelente vino que, sí, toman con profusión no solo los turistas en Fez sino
también el 10% de población judía y cristiana marroquí, sociedad en este punto
y hasta el momento tan tolerante.
Mequinez es una de las cuatro ciudades eje de Marruecos pero
la más desconocida aquí, tiene una medina —como Zaragoza— separada de su
arrabal por el río más caudaloso de al Mahgreb al Aksa, el río Boufekrane que
va hasta Salé-Rabat.
Pero, por último, es una ciudad preciosa y embellecida por
sus afamados artesanos de la cerámica, forja, escritura. Vamos, otra corte
cultural de la importancia de nuestra ciudad. No os perdáis Meknés en vuestra
siguiente escapada a Marruecos: hay una actividad, una calma, una hospitalidad,
un poco turismo selectivo que recuerda en todo momento nuestra tranquila y
alegre casi urbe. Su palacio imperial, su puerta Bab-al-Mansour y su muralla
tienen ese aire saragosí, aljafereño, que diría nuestro Al-Muqtadir.
16/12. Luis Iribarren.