Lo que en un principio iba a ser un pequeño texto dando mi opinión sobre la polémica surgida en Francia y trasladada a Zaragoza sobre la idoneidad del uso del “burkini” —lo entrecomillo porque la misma palabra me parece contradictoria y sin sentido, además de mal elegida— lo he convertido en un alegato a favor de la libertad.
En toda esta polémica se entremezclan términos como “libertad religiosa”, “modest fashion” o “moda púdica”, “peligrosidad para la paz social”, Mango, “uniforme de guerra”, Dolce&Gabbana o Tommy Hilfiger, pero la problemática supera las discrepancias religiosas o la agudeza de algunas marcas para acercarse a un público con un nada desdeñable poder adquisitivo.
Querer afrontar el debate desde una posición de occidente contra el mundo islámico o entendiéndolo como una sobreactuación religiosa es una visión distorsionada y vaga, que se queda en el tópico. Si realmente rascamos esa capa de voyeurismo, de intromisión en lo ajeno, el problema real es la presión cultural a la que se ven sometidas la mayoría de las mujeres de cualquier credo o realidad social, presión que no descarto que sufran en alguna medida también los hombres pero los cánones sociales, especialmente los estándares de belleza, son mucho más inflexibles con las mujeres.
Personalmente no vestiría un burkini, y no por una cuestión estética sino porque libre y conscientemente decido no ponérmelo, también es cierto que no entraría a valorar si la persona que tengo en la toalla de al lado lleva puesto más o menos ropa. El debate, en mi opinión, se debería centrar en la libertad individual liberada de todos los estereotipos culturales, sociales y religiosos. De la misma manera que una niña de seis años no necesita llevar puesto el sujetador del bikini, una mujer no debería en ningún caso verse en la tesitura de tener que cubrirse de pies a cabeza para acompañar a su familia a la piscina o la playa.
La libertad es un término que por amplitud y simplicidad es muy complejo, para algunos hasta irreal. Pero que una mujer que ha mamado, crecido, vivido, educado, sufrido, respetado y criado a sus hijos dentro de una serie de condicionantes que sugieren el hecho de tener que tapar totalmente el cuerpo y el cabello para ser digna no es una decisión tomada libremente, aunque sea ella la que tome la decisión. De la misma manera que una niña que ha mamado, crecido, vivido, aprendido, sufrido, respetado y disfrutado con una serie de muñecas y personajes de dibujos y televisión hipersexualizados no es libre cuando pide llevar la parte de arriba de un bikini.
Las mujeres a lo largo de la historia han cargado con unas cadenas de estereotipos difíciles de romper, especialmente en la forma de vestir y comportarse, en gran parte de los casos impuestas por los diferentes credos religiosos, que han fiscalizado la imagen de la mujer como medida de control para su sexualidad.
Llegados al siglo XXI no nos debemos dejar llevar por polémicas superficiales sino abundar en el trasfondo del asunto: la libertad real; la libertad de las mujeres para elegir en todos los aspectos de su vida, pero en este caso elegir libremente con qué vestirse.
Ruth Pina