En el Real Zaragoza, ni la humillación de Palamós, ni seguir una temporada más y van cuatro, en una liga inferior no ha minado la moral a una afición altruista, que da mucho por tan poco. Directivos, técnicos y jugadores temían en la vuelta a esta triste Segunda, una asistencia mínima por una desmotivada afición y esa escasa asistencia se haría sentir, no precisamente para vitorearlos. Afición decepcionada una vez más por el reciente rotundo fracaso de final de temporada.
Lejos de lo esperado esta afición zaragocista supo estar a la altura; buena entrada a pesar de estar en periodo vacacional y en muchos momentos con un juego y ambiente en las gradas que nos llego a recordar otros tiempos.
Perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor, sin herida abierta. Y ese perdón se manifestó en ese partido con una afición entregada por amor a unos colores. No cabe duda que la presencia de Zapater y Cani han ayudado a apagar cualquier atisbo de fuego que pudiera haberse producido por algún rescoldo activo. El reencuentro con nuestros dos carismáticos jugadores después de años de ausencia, ha devuelto la ilusión a una sufrida afición.
Esto solo ha empezado, es verdad que el enemigo no fue tanto, pero el equipo se gustó y gustó, vínculo alejado e irreconocible en La Romareda desde mucho tiempo. En esa renovación tan necesaria, nuevos jugadores han llegado, alguno falta, para ocupar el lugar de otros que el escudo les vino grande.
El Real Zaragoza siempre será el equipo a batir, independiente de su momento en una categoría de suspendidos de Primera, opositores a ella y de los que solo aspiran a estar. Esa presión añadida por pertenecer al club de mayor historia y afición en esta Segunda División, a nuestros jugadores nunca puede causarles temor, sentimiento mayoritario en estos últimos años, sino orgullo y afán de superación. Que la sonrisa por la entrega y juego de esa noche sea presagio de un final feliz, y no solo el sueño de una noche de verano.
Daniel Gallardo Marin