Es curioso cómo unas reflexiones sobre la negativa de los miembros del Gobierno del Estado a la revisión de la Constitución, han producido lo que
ningún otro artículo de éste servidor había provocado hasta la fecha: multitud
de opiniones diversas e incluso divergentes. ¡Reforma o ruptura!, viejo debate
truncado que, traído a Aragón, determina nuestro estatus como país sin
derechos, perezosamente perdidos y traicionados, y nunca recuperados.
Todos somos hijos de nuestro pasado y nuestras
circunstancias, de nuestro núcleo social e incluso familiar, por lo que la
opinión que se transmite, nunca puede gozar en su totalidad de una libertad
individual no condicionada.
La opinión expresada en esas líneas, también denuncia el incumplimiento, por parte del poder, del articulado de la norma que es más favorable al pueblo, cuando no, del desarrollo torticero de sus preceptos, a lo que hay que añadir, cada vez que surge un conflicto, la figura cuota calibrada del Tribunal Constitucional.
Si se lee la Constitución de 1978 con detenimiento, en los
principios básicos sobre los derechos fundamentales y sobre los derechos
sociales e incluso económicos (que deberían establecerse como de obligado
cumplimiento), se puede decir que fue un texto avanzado para la época y para
las circunstancias históricas en las que se elaboró y aprobó. En la práctica, parece que solo son imprescindibles de
cumplir: la reforma acordada del artículo 135, la unidad de la patria, la
bandera, el ejército, el rey, etc. Está claro que todo quedó en su día atado y
bien atado.
El pueblo tiene poca capacidad de reacción. Tampoco podemos
decidir sobre su cumplimiento o, en su caso, acatamiento o no, desgraciadamente.
A nosotros solo nos dejan la libertad de
sometimiento y sufrimiento pero, es bueno releer sus artículos para ver que se
incumplen sistemáticamente todos los que nos entroncan con el progreso social,
para así, intentar actuar consecuentemente.
Por lo demás, y sin perder un ápice de la rebeldía propia,
ajustada a la edad por supuesto, y con nuestras innatas y pequeñas
contradicciones personales, se puede decir que los hechos de cada momento
histórico deben valorarse en virtud de ese momento concreto y sus
circunstancias, no siendo honesta la evaluación de una norma de 1978 con
criterios de actualidad.
Si en mi conducta obviara la razón y me dejara llevar por el corazón, optaría por tirar el edificio y empezarlo de nuevo o mejor, vivir en otro diferente, pero el tiempo y la experiencia nos hace reconocer que esto no es probable hoy y más con el adocenamiento que padece el pueblo, pues parece que simplemente se despereza en esta mañana nebulosa y gris y puede que el sueño le vuelva a dominar alejándolo de oníricos libertadores.
Antonio Angulo Borque