Desde esta Zaragoza nuestra que tanto amamos los amigos de este blog,
en un día como hoy, 28 de diciembre de dos mil catorce, estas líneas no
pretenden ser una inocentada más, sino una reflexión serena y esperanzada sobre
una de las herramientas más letales que, desde mi punto de vista, ha empleado
el gobierno del PP contra la ciudadanía: La
Reforma Laboral.
Estamos viviendo momentos
convulsos, en los que la información o el ruido mediático no nos dejan valorar
determinados hechos o acontecimientos en su justa medida. En estos días,
gracias a la lotería, la Navidad, las decisiones judiciales que afectan a la
más alta jefatura del Estado, etc., ha pasado desapercibida una sentencia dictada por la Sala de lo Social
del Tribunal Supremo.
Dicha sentencia versa sobre un
aspecto fundamental de la regresiva
reforma laboral aprobada en 2012 (esa que ha hecho que la parte más débil,
los trabajadores, hayan perdido gran parte de la tarta en el reparto de la
riqueza, que ha pasado a manos, sin ningún tipo de mesura, de la parte más
fuerte, los empresarios), es decir, sobre la
anulación de la ultraactividad de los convenios colectivos, o lo que es
lo mismo, la supresión de la prorroga automática e indefinida de la vigencia de
los mismos, en tanto que las partes no llegaran a un nuevo acuerdo.
Cabe señalar la importancia de dicha
sentencia, ya que siendo la primera vez
que el Alto Tribunal se pronuncia sobre la materia, establece como contrario a derecho
las actuaciones apoyadas en ese aspecto de la reforma, sentando jurisprudencia.
La modificación del artículo 86.3 del Estatuto de los
Trabajadores, por el RD 3/2012, de
10 de febrero, de medidas urgentes para la reforma del mercado laboral, estableció la supresión de la ultraactividad
de los convenios que, recordemos, es un acuerdo entre partes. Vino a decir que
si a la finalización del pacto alcanzado entre empresarios y trabajadores, no
había acuerdo reflejado en un nuevo convenio o laudo arbitral, éste perdería
automáticamente, al año de su finalización, su vigencia. Los empresarios, podrían
entonces, aplicar unilateralmente a sus trabajadores condiciones laborales
mucho más desfavorables que las anteriormente pactadas, llegando incluso a
rebajar salarios de un día para otro o a anular derechos sociales conquistados
por la negociación y la lucha sindical.
Esta pieza clave de la reforma
laboral del PP, continuación de la realizada por el Gobierno de Zapatero, dejó a los trabajadores indefensos
ante empresarios sin escrúpulos o simples especuladores de la mano de obra. Devaluó sus salarios y sus derechos y
debilitó la acción sindical en las empresas, haciendo prescindible la labor
de las organizaciones sindicales. Además,
cambió de un plumazo el modelo de
negociación colectiva, dejando en manos del empleador la voluntad de
negociación, lo que en casi todos los casos, ha llevado indefectiblemente a
ejercer presión para que la parte sindical aceptara sus condiciones impuestas,
ante el temor de la aplicación de otras aún más desfavorables.
Ambas cuestiones, claves en el
cumplimiento de los mandatos que emanaron de las instituciones europeas (a los que también se sometió el PSOE en sus
últimos estertores en el gobierno), son reformas estructurales que en su
conjunto han supuesto el empobrecimiento de los trabajadores y trabajadoras y
el debilitamiento de sus organizaciones sindicales.
Paralelamente, parte de la
riqueza así sustraída, iba a "subvencionar" las fechorías de la banca
española, quien a su vez la ponía en manos de la gran banca europea, de los
grandes poderes económicos y de algunos empresarios, adquiriendo éstos últimos
gran poder con las desreguladas
relaciones laborales.
Círculo vicioso perfectamente calculado
con la excusa de la crisis económica, a
la que algunos llamamos estafa, y que ha trastocado, en una pequeña parte, la
sentencia del Tribunal Supremo. Ello "obligará" a las fuerzas que detentan
el poder a reproducir otra Ley Mordaza
en aspectos laborales o, a darle una vuelta de tuerca a su reforma laboral. Aunque el daño ya está prácticamente hecho, al
tiempo, y les queda poco.
Antonio Angulo Borque