Cuentan que en 1932 el rey Jorge
V a través de la BBC lanzó el primer mensaje navideño “para todos aquellos
súbditos del Imperio Británico que solo los pueden alcanzar las voces por el
aire”. Desde ese momento, todos los Jefes de Estado y de Gobierno se han ido
apuntando a tan efectiva forma de dirigirse a sus ciudadanos (en las
Repúblicas) o súbditos (en las Monarquías), primero por la radio, después por
la televisión.
Cada 24 de diciembre, el Rey se
dirige a sus súbditos españoles y, al día siguiente, la prensa cortesana y los
partidos monárquicos se deshacen en alabanzas. Siempre es excelso en la forma y
excelente en el fondo; este año hemos cambiado de Rey, pero el discurso es muy
parecido y los excesos cortesanos y laudatorios también. Solo hace falta tirar
de hemeroteca: los epítetos ¡¡¡¡son los mismos!!!!.
Seguramente, el texto lo revise o
lo redacte el Gobierno conjuntamente con la Casa Real y siempre contiene
algunos elementos que el Gobierno quiere comunicar y, por lo tanto, podrían
estar sujetos a la legítima crítica política, pero la figura del Rey es
intocable, está por encima del Bien y del Mal y, como un semidios, no está
sujeta a la crítica para el coro de aludadores. La Monarquía está basada en una
ficción absurda, irreal y antidemocrática. Un miembro de la Casa Real no se
equivoca, siempre acierta. Al fin y al cabo, la Monarquía es un vestigio del
pasado imposible de casar con las ideas de Igualdad. Un miembro de la Casa Real
es un ser sin mácula adornado de cuantas virtudes imaginarse pueda. No tienen
defectos, no se divorcian (interrumpen la convivencia), no se corrompen (los
presuntos corruptos son los consortes) y siempre causan admiración en cualquier
lugar donde van. Un miembro de la nobleza es desigual por definición, por
derecho de sangre, por hechos de armas familiares pretéritos, por traiciones,
por intrigas, por lo que sea, y está por encima de sus súbitos. Lo cual, para
mí, es un disparate conceptual.
Por ejemplo, el primer Borbón que
accedió al trono de Francia (Enrique IV) lo hizo abjurando del protestantismo y
convirtiéndose al catolicismo, traicionando a sus súbditos y sus ideas –se le
atribuye la frase: “París bien vale una misa”-; la entrada de los Borbones en
el Estado Español fue por derecho de conquista, a sangre y fuego, derogando la
tradición “federal” como marco de convivencia –los Fueros y Libertades de
Aragón, por ejemplo- y constituyendo el inicio del fracaso del Estado Español
como proyecto común. A partir de allí, es una dinastía preñada de palurdos,
corruptos, iletrados y felones (Carlos IV y Fernando VII, que renunciaron a sus
derechos dinásticos a favor de José I y faltaron a su palabra, el propio
Fernando VII que juró defender la Constitución y lo primero que hizo fue
derogarla; Isabel II y los negocios oscuros de miembros de la Casa Real en
obras y adjudicaciones); personajes que no dudaron en apoyar cualquier
dictadura (Alfonso XIII, que auspició la Dictadura de Primo de Rivera –al que
llamaba el “Mussolini español” y se autodenominaba “falangista de primera hora”;
el pretendiente Juan ferviente fascista desde los años treinta, relacionado con
el nazismo y con una fortuna de origen no del todo claro; el propio Juan Carlos
I, franquista mientras vivió Franco y “demócrata de toda la vida” cuando hizo
falta, siguiendo la honda tradición familiar de traicionar las propias ideas,
ayer espejo de virtudes y hoy escondido en un retiro dorado del que nada se
dice…
No conozco a Felipe Borbón, pero
estoy seguro que tendrá virtudes… y defectos, como tú y como yo. Ni más, ni menos.
Jorge
Marqueta Escuer