Hace siglo y medio en las casas de los
zaragozanos de entonces no había agua corriente, como no la había en numerosos
pueblos españoles hace solo 50 años. El agua de consumo se tomaba de acequias o
fuentes elegidas por su calidad o bien se compraba a los aguadores que te
subían a casa agua en tinajas para llenar las tuyas, mientras que el agua de
lavar se empleaba el de la acequia más cercana a la vivienda, bajando las mujeres a lavar ropas o enseres.
El agua por la que se pagaba más precio
era la que traían desde el río Gállego a la altura del puente de Santa Isabel, solo para familias de alta alcurnia pues no
era sencillo poder pagar tan preciado líquido. Aquellas aguas eran turbias en algunos
periodos del año, y para eso se empleaban las grandes cubas o tinajas de barro
que en cada casa se tenían para decantar las aguas y dejar que los sedimentos
se posaran en el fondo. Todo esto en pleno centro de la ciudad de Zaragoza y
hasta hace poco más de siglo y medio.
En varios tramos del Coso zaragozano
existía una acequia ancha y a veces de gran caudal que había que cruzar con pasarelas
que ponían los mismo vecinos. Cuando el agua bajaba brava los barros eran continuos
y siempre, en las orillas, las hierbas crecían hasta una altura de más de medio
metro. Lugar exquisito para que las rata se escondieran.
La principal acequia que daba agua a la
ciudad de Zaragoza era la de la Romareda, que bajando hasta lo que hoy es la
calle Doctor Cerrada, entonces calle de Los Cubos, se dividía luego en dos
acequias desde el Paseo Independencia hasta la calle Cádiz donde ya dividida
una se dirigía hacia Santa Engracia y la otra hacia el Coso y luego hacia la
calle San Miguel. Ambos ramales terminaban desembocados en el río Huerva.
Otra acequia de aquellos año venía de la
Almozara cruzando el Portillo para entrar hasta el Coso y de allí daba agua a
la Fuente de la Princesa en la Plaza hoy de España, antes de San Francisco o de la Constitución.
Otra acequia muy necesaria era la que
venía desde la Avenida de Valencia por Hernán Cortés y que después de entregar su
líquido al Hospital de Nuestra Señora de Gracia y antes el Hogar Pignatelli, terminaba
por la zona de la plaza del Carbón.
En el Rabal existía la acequia de su
nombre, del Rabal, que daba agua a todo el barrio hasta acabar en el Ebro.