Confieso que yo también estoy enamorado de Aragón y que por eso mi aragonesismo y fervor a todo cuanto representa mi querida tierra en lo político, deportivo o social me hace ver las cosas con una perspectiva más pasional y menos fría. A estas alturas de mi vida no voy a cambiar y, sinceramente, tampoco lo deseo porque no hay mejor motor que el amor para cambiar mi mundo.
Quizás por eso me entristece comprobar cómo a los partidos políticos sin sucursal en Madrid o Barcelona como CHA, su trabajo no llega al ciudadano aragonés como esos otros alejados de nuestra realidad y sin nuestra genética copan espacios televisivos en horarios de gran audiencia y con muy poco una gran rentabilidad. Todo va en función de la representación, me dirán. Pero también de las modas, de los índices de audiencia y de la novedad. ¿Hay que ser un político nuevo, con telegenia y verborrea o corrupto para salir en la tele?
Entiendo que sí y que por eso no es noticia que un partido como CHA lleve sus tres décadas de existencia con responsabilidad en Ayuntamientos, en el Congreso de los Diputados, Comarcas, Diputaciones, Juntas de Distrito, Concejalías y ahora en el Gobierno de Aragón sin un solo caso de corrupción y trabajando por mejorar, de verdad, esta tierra. Nunca se ha entrevistado en un programa de televisión nacional a ningún cargo importante de CHA para un programa específico, excepto en los tiempos del entrañable Labordeta, y más como cantautor que por su inmenso trabajo político. Este partido se define como nacionalista por ese apego especial a esta tierra y a todo cuanto pertenece a ella. El problema es que ese amor se quiera contaminar por la mala prensa que arrastra el término, aunque no tengan nada que ver con otros nacionalismos de España.
Y, quizás en esta tierra recelosa tanto de lo nuestro se les esté condenando por esa defensa a ultranza de Aragón y de sus gentes, cuando lo normal sería interesarse por las propuestas y su trabajo, no por la puesta en escena de rimbombantes declaraciones. El nacionalismo moderno, pacífico y del siglo XXI, es un acto de amor.
Daniel Gallardo Marin