12.1.16

¿Son enemigos o adversarios? Son los que nos ganan

En épocas pasadas, un gran estratega político-militar llamado Berziano, que nunca llegó a Capitán General, decía que "una cosa son los adversarios y otra los enemigos", e intentaba inocular tal filosofía a sus huestes que, fieles, le seguían en la batalla por la conquista de su cadalso personal, que postreramente sería colectivo.

Dentro de ese ejército de seguidores, no solo había tropa —soldados rasos provenientes de levas, en ocasiones voluntarias por el amor a su "patria"— que nunca se cuestionaba el discurso que lanzaba en las arengas su general, también había alféreces, subtenientes, brigadas, algún teniente coronel, gentes con gran experiencia en mil batallas.

Todos ellos intitulados, unos por merecimiento propio y otros, quizás, por el puro paso del tiempo, si bien, ese honor les confería el derecho a tener criterio propio y una visión más pegada a la realidad, gracias a las muchas ofensivas vividas, teniendo como guía en sus embestidas, no hacer distingos entre los enemigos y los adversarios, cuidando su presencia por igual, lo que había hecho que sus vidas fueran longevas.

En una de esas luchas, al llegar a la cima de la colina con el ejército diezmado y todavía en el fragor de la batalla, llegados los tiempos de la negociación con el adversario, éste demostró ser mejor estratega que nuestro militar. Con una visión más amplia del campo de batalla, osado y atrevido, quizás por su bisoñez y, por lo tanto, desconcertante en sus movimientos y decisiones, plantó cara a lo que "siempre había sido", y el gran estratega, que nunca sería Capitán General, quedó sumido en un mar de contrariedades al comprobar que no era capaz de adivinar los movimientos del enemigo, mientras éste, a la vez que negociaba, seguía mirando el horizonte sin descuidar sus posiciones.

En el convencimiento de que el contendiente era mucho más torpe que él, por supuesto; mucho menos inteligente, inferior; menos bregado en cuestiones estratégicas, peor negociador, incluso despreciable en su pueril inocencia táctica, no se esperaba una lección de la que por supuesto nunca aprendió. Nada de lo acontecido venía reflejado en los libros de estrategia militar de ninguna de las Academias frecuentadas hasta ahora por nuestro debilitado guerrero.

Él, siguiendo firme en su impostada seguridad, en la creencia de que eran los demás los que siempre se equivocaban, invariablemente, tenía los mejores argumentos, las mejores ideas, la estrategia más eficiente  y la razón; no dio su brazo a torcer ante la constatación de la nueva realidad, y salvando siempre su condición personal, nunca quiso escuchar a sus oficiales. Éstos siempre le decían que "con esos adversarios era mejor tener enemigos", si bien es cierto que, en ocasiones, sabían que los enemigos se convierten en aliados y entonces sí que son adversarios y como tal hay que tratarlos, con el respeto necesario, pero sin descuidar la retaguardia.

Al estratega errado, que nuca llegaría a Capitán General,  jamás le importó que por el camino fueran cayendo piezas de su ejército, tan necesarias para futuras batallas, y así hasta su destrucción final, hasta el aniquilamiento total por esos enemigos mal valorados.

Berziano, ya sin ejército que mandar a la nada y sin haber llegado nunca a Capitán General, siguió en su cavilar, cual demente con sus monstruos, encerrado en la torre del castillo conquistado por sus enemigos, dando sabios consejos a las paredes rocosas, silentes y húmedas de su estancia, las que en el sueño de su razón, siempre le respondían lo que quería oír. Allí, hasta el final de sus días, nunca le falto una triste palangana con gachas malolientes, rasgados harapos y hojas raídas, descompuestas y sucias de libros de mil batallas, y esa autosatisfacción tramposa de sentirse escuchado por nadie, ya que su ejército se difumino en el sinsentido de lo inexistente y él, ya nunca llegaría a Capitán General y ya nunca tendría la oportunidad de apreciar si sus enemigos, en realidad, eran sus adversarios.

Antonio Angulo Borque