En ocasiones los occidentales y concretamente los
aragoneses, sublimamos el zen japonés pasándolo por un poco de cierzo. Pasa
como con ir en moto, diseñar videojuegos, hacer sushi de ternasco,
tempura-crespillos de borraja sin azúcar. Allí estamos.
La estética irregular, desgarrada pero con raíces, profunda
y sencilla del arte japonés, pueblo con dolor, es natural que cale
especialmente aquí. Por ello Tadao Ando abriría con estupefacción su boca ante
esta escultura cuya potencia expresiva no he visto igualada en ningún paisaje
urbano japonés.
Merecería estar en el Parque Ueno de Tokio pero tenemos la
suerte de poder apreciarla a diario. Está en el Puente de la Almozara-Gancho
Side. Yo dejo que me sorprenda y suelo desviarme cuando vuelvo de trabajar para
verla una vez por semana, y hasta hoy desde que la descubrí siempre me ha
conmovido.
Se merece un acompañamiento del compositor de haikus Matsuo
Bashoo, que en el siglo XV dejó sus mejores impresiones en un viaje-huida de la
Corte hacia el Tookoku, el norte profundo japonés, recientemente asolado por un
tsunami. Es un haiku dedicado a la despoblación aragonesa, a La Lluvia
Amarilla, a Ainielle y un martes por la tarde en noviembre en Berdún, donde
dice mi madre que solo puedes esperar a la muerte… Habrá que insuflar vida…
kono michi wa yuku hito nashi ni aki no kure
Este camino ya nadie lo recorre salvo el crepúsculo
Este camino ya nadie lo recorre salvo el crepúsculo
21/01. Luis Iribarren.