Confuncio, Platón, Aristóteles, ya se hacían
las mismas preguntas que nos hacemos hoy nosotros sobre la gobernabilidad de
las ciudades, de los estados, de las sociedades. Son solo 2.500 años sin
encontrar respuestas.
¿Quién debe gobernar una ciudad como
Zaragoza? (O un territorio como España, pero me voy a centrar en Zaragoza como
ejemplo más pequeño).
¿Una sola persona? El Alcalde
¿Cuatro personas? El equipo de gobierno.
¿Dieciséis personas? Los Concejales que
apoyan
¿Treintaiuna personas? Todos los
concejales
¿Cien personas? Un Consejo de Ciudad con
representantes de toda la vida social
¿Mejor mil o dos mil personas? Los que
quieren participar en la vida ciudadana
¿Medio millón de personas? Todos los
vecinos
¿Y quien elije a estos representantes?
¿Por votación democrática según listas
cerradas?
¿Por votación en unas listas abiertas que
proponen organizaciones políticas?
¿Por aptitudes y formación?
¿Por edad y/o por familias?
¿Por sorteo?
¿Por turnos rotativos?
¿Por implicación social pero sin valorar
nada más?
¿Por elección desde organizaciones que no
son elegidas por todos los ciudadanos?
¿Y por cuanto tiempo son elegidos?
¿Y con qué capacidad para modificar las
normas políticas?
¿Y con qué tipo de capacidad de gestión?
Todo está en cuestión hoy; aunque no
pensemos que lo está, sí que lo está. De hecho hay ya sistemas políticos en
España —de política como filosofía de
gestión y organización de los humanos— que funcionan con cada uno de estos
apartados y dudas que he planteado más arriba. Los jueces, la monarquía, la
autogestión comunitaria de vecinos en edificios, cooperativas o pueblos, algunas
asociaciones con presencia en los gobiernos municipales, etc.
Todas las respuestas son imperfectas,
algunas sin duda peores que las otras, pero todas tienen defectos que hemos
podido ir viendo con los años de funcionamiento. Decía Platón —un filósofo muy elitista— que deben ser los
mejores los que gobiernen las ciudades, y que si ellos no quieren —los mejores— hay que
obligarles a que hagan ese trabajo. ¿Pero en qué nos basamos para saber quienes
son los mejores? Platón, el mismo de antes, decía que los mejores son los que
no quieren serlo, los virtuosos que no quieren el poder y el dinero, los que no
quieren el honor pero tienen una gran sabiduría. Debemos recordar que para ser
elegido entre los mejores en tiempos del amigo Platón debías ser vecino; es
decir ni mujer, ni esclavo, ni criado, ni joven menor de 30 años, ni extranjero
o inmigrante. Como entonces había muchos esclavos y criados, muchos jóvenes y
mujeres, solo los pocos ricos varones adultos podían ser considerados “buenos” dentro del
capazo total desde donde elegían a los presuntos sabios, que por cierto fallecían
antes que nosotros.
Pero sí nos marca Platón un camino
curioso, unas pautas para reconocer a quien debe ser considerado un “buen político”. Unos
brochazos para analizar.
Que sea bueno y honrado. Inteligente y
sabio de pensamiento.
Que no quiera honores ni boatos. Ni
dinero y menos el ajeno.
Que tenga gran capacidad de trabajar. Que
sepa dar ejemplo social.
Que sea un filósofo maestro. Un virtuoso
considerado hombre bueno.
Que sepa elegir un buen equipo de
trabajo, también virtuoso y sabio
Si le restamos las tonterías de hace 25
siglos prohibiendo a las mujeres, a los menores de 30 años o a los pobres
sociales, nos podemos encontrar con unas pinceladas muy actualizadas y útiles que
no siempre se dan en estos tiempos en que todo nos lo estamos replanteando.
Julio M. Puente Mateo