8.2.15

¿Sabría elegir Platón un alcalde para Zaragoza?


Confuncio, Platón, Aristóteles, ya se hacían las mismas preguntas que nos hacemos hoy nosotros sobre la gobernabilidad de las ciudades, de los estados, de las sociedades. Son solo 2.500 años sin encontrar respuestas.

¿Quién debe gobernar una ciudad como Zaragoza? (O un territorio como España, pero me voy a centrar en Zaragoza como ejemplo más pequeño).

¿Una sola persona? El Alcalde
¿Cuatro personas? El equipo de gobierno.
¿Dieciséis personas? Los Concejales que apoyan
¿Treintaiuna personas? Todos los concejales
¿Cien personas? Un Consejo de Ciudad con representantes de toda la vida social
¿Mejor mil o dos mil personas? Los que quieren participar en la vida ciudadana
¿Medio millón de personas? Todos los vecinos

¿Y quien elije a estos representantes?
¿Por votación democrática según listas cerradas?
¿Por votación en unas listas abiertas que proponen organizaciones políticas?
¿Por aptitudes y formación?
¿Por edad y/o por familias?
¿Por sorteo?
¿Por turnos rotativos?
¿Por implicación social pero sin valorar nada más?
¿Por elección desde organizaciones que no son elegidas por todos los ciudadanos?

¿Y por cuanto tiempo son elegidos?
¿Y con qué capacidad para modificar las normas políticas?
¿Y con qué tipo de capacidad de gestión?

Todo está en cuestión hoy; aunque no pensemos que lo está, sí que lo está. De hecho hay ya sistemas políticos en España  —de política como filosofía de gestión y organización de los humanos— que funcionan con cada uno de estos apartados y dudas que he planteado más arriba. Los jueces, la monarquía, la autogestión comunitaria de vecinos en edificios, cooperativas o pueblos, algunas asociaciones con presencia en los gobiernos municipales, etc.

Todas las respuestas son imperfectas, algunas sin duda peores que las otras, pero todas tienen defectos que hemos podido ir viendo con los años de funcionamiento. Decía Platón —un filósofo muy elitista— que deben ser los mejores los que gobiernen las ciudades, y que si ellos no quieren —los mejores— hay que obligarles a que hagan ese trabajo. ¿Pero en qué nos basamos para saber quienes son los mejores? Platón, el mismo de antes, decía que los mejores son los que no quieren serlo, los virtuosos que no quieren el poder y el dinero, los que no quieren el honor pero tienen una gran sabiduría. Debemos recordar que para ser elegido entre los mejores en tiempos del amigo Platón debías ser vecino; es decir ni mujer, ni esclavo, ni criado, ni joven menor de 30 años, ni extranjero o inmigrante. Como entonces había muchos esclavos y criados, muchos jóvenes y mujeres, solo los pocos ricos varones adultos podían ser considerados buenos dentro del capazo total desde donde elegían a los presuntos sabios, que por cierto fallecían antes que nosotros.

Pero sí nos marca Platón un camino curioso, unas pautas para reconocer a quien debe ser considerado un buen político. Unos brochazos para analizar.

Que sea bueno y honrado. Inteligente y sabio de pensamiento.
Que no quiera honores ni boatos. Ni dinero y menos el ajeno.
Que tenga gran capacidad de trabajar. Que sepa dar ejemplo social.
Que sea un filósofo maestro. Un virtuoso considerado hombre bueno.
Que sepa elegir un buen equipo de trabajo, también virtuoso y sabio

Si le restamos las tonterías de hace 25 siglos prohibiendo a las mujeres, a los menores de 30 años o a los pobres sociales, nos podemos encontrar con unas pinceladas muy actualizadas y útiles que no siempre se dan en estos tiempos en que todo nos lo estamos replanteando.

Julio M. Puente Mateo