En un momento de huida de la ciudad, esta entrada
debe reivindicar la Zaragoza de agosto. Una ciudad a la que viajar en calma.
Esta terraza se llama Rincón de Jorge porque está
camuflada en ese parque. Es un lugar con alma de modo insólito. Cerrada sobre
sí misma, el gran arte de sus propietarios para generar un espacio único de la
nada y para deleitar a sus clientes con una excelente carta y selección musical
hace que, contra todo pronóstico, esté llena.
Se lo han ganado porque nos han ganado: participando
en las fiestas, organizando veladas de jazz, cambiándonos un poco la vida… Para
mejor.
Será que los rabaleros agradecemos la sencillez, el
buen trato y por eso no acabamos de disfrutar los elementos urbanos “cool” que nos han pegado –injertado- al
Ebro en forma de restaurantes y terrazas. Que al menos sirven para que venga a
pasear el resto de la ciudad. Pero que no han aportado nada distinto, dado que
su concepto es extender el centro a la Margen Izquierda. Como demuestra la poca
relación, entre todos, del maravilloso velador “Le Pastis” con el barrio.
Es que nosotros no somos cool, somos los hijos de la
emigración que vino a vivir al barrio industrial de Zaragoza, al entorno de la
Estación del Norte.
Pero este bar-terraza dentro del parque aprovecha la
modularidad de un proyecto anterior, 20 años varado.
Su disposición, casi japonesa o de ryad marroquí, permite
la circulación del aire –siempre pega brisa cierzo con aroma a pino-, el solaz
de propietarios de perros… Su ubicación y poca relación con su entorno nos
presenta un oasis de iniciativa privada excelentemente cuidado en medio de un
parque siempre degradado, no conservado ni puesto en valor ayuntamiento tras ayuntamiento. Parcheado de modo inmundo
y sin un plan director unificador y claro.
Pero es nuestro pulmón, más que la arboleda del
injustamente celebrado Macanaz. La arboleda fotos de boda contra el Pilar. El
Parque del Tío Jorge es el corazón del Arrabal.
Y dentro de él guarda esta joya, esta jaima, esta
vivienda japonesa en la que entrar es un regalo para los sentidos y para el
relajo del alma. Y que tiene esa relación con el exterior, esas ventanas
abiertas que ponen en valor el parque, que te obligan a mirarlo otra vez.
Un lugar
donde quedarse. Un lugar donde quienes trabajan disfrutan de la paz y de sus
clientes.
En definitiva, un secreto que compartir con el resto
de la ciudad.
Diseño humano sencillo, con alma, allá donde el
Ayuntamiento nada aporta. Provinente de las personas y no impedido de momento
por nadie.
12/08 Luis Iribarren