Todo sigue igual. Ver y oír en este seco y caluroso verano a estos políticos, invita a la siesta. Ni la madre Teresa, beatificada estos días, lograría casar este rompecabezas de aspirantes a gobierno con tantas piezas de diferentes puzles.
La sociedad, algo secundario para estos, contempla inaudita cómo los líderes de los cuatro principales partidos siguen enclaustrados en su propia ortodoxia dispuestos a llevarnos a unas terceras elecciones, algo inaudito en un país democrático.
Rajoy, presidente en funciones sigue inalterable a las críticas, con un discurso cansino y repetido. Sánchez, máximo exponente de la oposición, aburriendo hasta la saciedad, busca apoyos imposibles en una izquierda rota y sin afinidad, donde los independentistas no están por la labor de apoyar un gobierno para un estado que les trae al pairo, sino que están más bien preparando el suyo, inmersos en su desconexión y en la creación de su embajadas, la ultima en Lisboa. Iglesias, la pieza más imprevisible del puzle, populista fuera de tiempo y de tiesto, repleto de frases de otros sea paradigma o denuncia según le interese, para seguir dándole leña a "la casta". Puño en alto, sigue confundiendo el atril parlamentario con el del mitin, mucha palabrería y poca propuesta. Rivera, intentando jugar a pares y nones, apoyandando tanto a uno como al candidato, intentando ser el bueno de la película no ha caído en que solo juega un papel secundario.
Fuera de esa jauría, perdón hemiciclo, uno ya no sabe si reír con lo jotero que se ha puesto Echenique, que, para una vez que se pone, podría haber entonado la de "por qué vienen tan contentos los labradores".
O llorar, viendo la cara del ex ministro Soria, dimitido por el escándalo de los papeles de Panamá, premiado con un puesto de asesor en el Banco Mundial con 226.000 euros al año. Eso sí que son espigas de oro aunque no sean el fruto de sus sudores, sino de los nuestros.
Daniel Gallardo Marin