Pobre Romareda, entre todos la sujetaban y ella sola se cayó. Se han reunido el ayuntamiento, asociaciones, arquitectos, urbanistas y el presidente del Real Zaragoza, para analizar la situación de deterioro de nuestro vetusto y abandonado campo de fútbol y la conclusión no puede ser más evidente: necesita una intervención.
Ante semejante descubrimiento, me quedo perplejo pensando, ¿como no se habían dado cuenta antes? ¿Hace falta tanto técnico para sacar esa conclusión? A cualquier “pobre aficionado” no le hace falta que se lo digan, lo sufre año tras año, en un recinto impropio para cualquier espectador que paga una entrada o al abonado que va cada quince días sin las mínimas condiciones de seguridad, ni de comodidad, donde el asiento se funde en el pantalón.
Pero ahora viene cuando lo matan, ¡La intervención en el viejo campo se hará con consenso! Esperar que todos nuestros políticos de esta ciudad sufran un ataque de empatía y se pongan a remar todos en la misma dirección, es como pedir peras al olmo. No me da más confianza el actual gobierno municipal que el anterior, quizás porque ideas, proyectos, promesas en la última década han quedado en agua de borrajas y son incapaces de coger el toro por los cuernos.
Ampararse en las eternas excusas de falta de capacidad económica, o que hay otras prioridades no me vale. La capacidad de un gobierno de la quinta ciudad del estado en población y cuarta económica, como gran centro industrial y comercial, ha de tener imaginación. Buscar acuerdos con capital privado, instituciones y fundación para llevar a cabo ese proyecto, sin que a la ciudad le suponga coste alguno. Implicando y aportando ideas que a todas partes satisfaga, estabilizando el club, elemento de mayor importancia social para cientos de miles de aragoneses, y aportando valor añadido y nombre a la ciudad.
Es necesario de una vez por todas colocar la maltrecha Romareda en igualdad de condiciones que otros envidiables grandes estadios, actualmente en las antípodas del nuestro. Aunque pienso que pedir eso a nuestros políticos con tan cortas miras, es pedir demasiado.
Daniel Gallardo Marin