La falta de pluviometría en Aragón, la más baja en los últimos años, a pesar de los chaparrones torrenciales de estos días, en algunas zonas por su virulencia más daño que provecho, está llevando a nuestro río Ebro a límites mínimos en su caudal histórico. Todos sus afluentes se encuentran medio secos, como si viviéramos en este inicio de junio las tórridas temperaturas de julio y agosto.
Aunque me preocupa y me ocupa ver nuestro río Ebro deshidratado, su aspecto triste y seco en estas fechas debería servir para acallar voces y reportajes televisivos que alientan el trasvase en años de crecidas. Y, desgraciadamente la situación actual del Ebro va a ser cada vez más habitual.
Sin embargo, a los gobiernos del Levante y alguno otro que segrega trasvasismo cuando ven las imágenes de riadas, les falta tiempo para pedir un nuevo plan Hidrológico Nacional para llevar el agua al Júcar. Nos tachan de insolidarios, con la simplista y sempiterna cantinela de que el agua se va al mar.
Efectivamente, a donde tiene que ir para hacer de barrera natural y evitar que el agua del mar entre en el Delta. Una batalla que se va perdiendo ante el poco caudal con el que baja el Ebro.
En estos pasados meses, la Confederación Hidrológica del Júcar y Segura registró más de cuatrocientos litros de lluvia por metro cuadrado. Más que la pluviometría anual en muchas de nuestras zonas aragonesas. Con la actual situación de sequía en gran parte de Aragón, hubiera sido un buen momento para canalizar sus discursos de “agua para todos”.
Ni una voz en Aragón ha intentado sacar partida de esa accidental circunstancia que anegó en el Levante zonas de campos y destrozó infraestructuras. Al igual que el Ebro, en sus años de crecidas, anegan los nuestras y causan estragos.
Daniel Gallardo Marin