Para que sintiera en sus carnes los efectos del cambio climático, yo invitaría a Donald Trump a pasar estos sofocantes días en Zaragoza. Veríamos lo rápido que deja de pensar que son cuentos chinos.
No hay que ser licenciado en Física, para deducir que la primavera más calurosa y seca de la historia y la subida de la temperatura en dos grados, con respecto a años anteriores, se debe a la contaminación que estamos generando los humanos.
Nuestro pequeño mundo, no tenemos otro, tiene una población seis veces mayor que hace un siglo. Generamos hoy más residuos contaminantes químicos, físicos o biológicos en un día, que en miles de años en el pasado.
Estamos empeñados en hacer desaparecer las selvas tropicales para aumentar los cultivos de plantas como la palma que, a la larga, encima es perjudicial para la salud. Por eso decir que el cambio climático no existe y que es algo cíclico, es ocultar la cabeza debajo del ala.
No hay que ir muy lejos. En nuestra propia comunidad aragonesa, el glaciar de La Maladeta ha perdido, en último cuarto de siglo, dos metros y medio de grosor. Otro ejemplo cercano aunque parezca menor, es la muerte de abejas en el Moncayo. Sin su polinización, mucha de nuestra alimentación desaparecería. La excesiva proliferación del mosquito tigre en nuestros ríos, entre otras dañinas especies invasoras, como la mosca negra es otro síntoma del cambio climático.
Tampoco es un cuento el calentamiento de los mares y del suelo producido por esa concentración de dióxido de carbono y esa tala indiscriminada de árboles como digo. Las plantas y nuestros mares solo son capaces de absorber la mitad de cuánto contaminamos y el efecto invernadero es cada vez más grande.
Si no somos capaces de ponemos freno, las consecuencias serán de difícil retorno. Pero también cada uno de nosotros debe hacer algo al respecto. ¿Cómo? Usando el transporte público en lugar del privado; reciclando y alejándonos del consumismo.
De mi infancia, en mi memoria aún están presentes los carámbanos de hielo colgando de tejados, fuentes y abrevaderos congelados. Chorlitos que ya nunca he vuelto a ver, salvo cuando veo la cara del incrédulo Trump.
Daniel Gallardo