¿Morir de repente o hacerlo lentamente? Parece que el virus que inoculó Agapito al Real Zaragoza sigue afectando. La entrada de la Fundación en su momento fue un respiro pero pasan los años y el enfermo sigue en cama con gotero y oxígeno.
Cierto es que hay que agradecer al cuerpo médico el haberle salvado la vida, pero el tratamiento para su total recuperación dicta mucho de ser el adecuado. También el silencio sobre su situación, desde la dirección del viejo y cochambroso hospital (Romareda) hace mayor la preocupación por el enfermo.
La imagen frente al Cádiz es un resumen de estos años en los que el Zaragoza se diluye. Ha tenido contadas ocasiones en las que parecía que el enfermo resucitaba y que sólo servía para que el aficionado, siempre fiel, se agarrara a la ilusión como a un clavo ardiendo.
Ver arrastrarse por esos campos a quienes sin un mínimo decoro representan este escudo y el nombre de la ciudad es insoportable. Cuatro años y sin ver luz. Devoramos entrenadores, pasan decenas de jugadores, sin que ninguno deje huella. La Directiva aferrándose en su incompetencia por la falta de recursos económicos.
Excusa inadmisible en una categoría en que la gran mayoría sufre de las mismas miserias. Esa falta de recursos que continuamente se invocan no fue inconveniente para otros con menos afición, historia y ciudad salieran del pozo. No merece esa íntegra afición de primera tanta humillación y menos esos cientos de aficionados que tuvieron la valentía de estar allí después de una jornada de autobús hasta la Tacita de Plata.
Se necesita un proyecto con profesionales capaz de dar una estabilidad que despeje el incierto futuro. Así ya nos ven, dijo del Real Zaragoza el reconocido Del Bosque: “un equipo más de Segunda”, y aunque sea así, en mi triste consuelo, el señor marqués parece que sigue sin digerir aquel 6 a 1.
Y siguiendo con mi metáfora: —Haber si tanto tiempo esperando que el enfermo sane, nos pueda pasar que al final a nadie le importe que muera.
Daniel Gallardo