Al pasar por el Museo de Lérida, recordé el litigio de Sijena y las medidas correctivas solicitadas a un juzgado de Aragón (parece ahora ir más en serio), en un intento de recuperar esos bienes ante la burla continua de la Generalidad de Cataluña.
En mi pensamiento flotó como aragonés un sentimiento de frustración por nuestro poco peso, en un estado desigual donde prima el número de votantes para que te tomen en serio. De retorno a la capital del Ebro, quizás fuese por mi cabreo e indignación, el caso es que sin quererlo tomé la Nacional II.
Ese sentimiento de burla rondó por mi cabeza, pero se iba haciendo mayor a cada kilómetro de mi recorrido durante el tiempo que permanecí en esa patética carretera. No pasaba por esta Nacional hacía muchos años. La recordaba sin tantas largas colas de tráfico. Ahora es un constante ir y venir de camiones sin un solo tercer carril en esos 100 Kilómetros de recorrido.
El caso es que este pobre despistado se vió en esta saturada vía jugándose la vida, intentando un adelantamiento cuando era posible, para no eternizar el tiempo de llegada. Pero si uno se juega el pellejo en una carretera que soporta el mayor tráfico de transporte del nordeste del estado, donde en su día hubo vida, ahora se suma un paisaje desolador.
Fruto de esa dejadez de décadas: gasolineras, hoteles, restaurantes o paradores abandonados se encuentran en la más estricta ruina. En estos últimos años en esta España de las desigualdades, grandes inversiones en infraestructuras viales se han hecho y hacen. Aquí en Aragón, no.
Este abandono es extensible a la Nacional 232 convertida en un auténtico tanatorio, paso obligado de mayor tráfico del estado, todo sigue igual, si no peor. Bien hace el Presidente de CHA y actual consejero de Vertebración en el Gobierno de Aragón, en plantar cara a la Administración Central, y de una vez por todas que se dejen de promesas, que aquí el dolor por la pérdida de vidas no es menos que en otras latitudes
Daniel Gallardo Marin