Para la madre
de Olga, turiasonense clásica y elegante
En Zaragoza
ya no sabemos si cortarnos las venas, dejárnolas largas o subir con ayuda del
Servicio Aragonés de Salud cada día en ambulancias a Fuendetodos para ver el
sol.
No podemos
más, el cambio climático cada vez nos asola con más nieblas mientras que
nuestro entorno donde llovía y nevaba en invierno, en el Valle del Ebro, cada
día está más seco.
Es la única
paciencia que podemos tener los de espíritu no británico. La niebla,
precisamente, salvó donde se produjo el año pasado a los cultivos de huerta y
frutales de su adelantamiento irremisible. Retrasó la floración y, por tanto,
tiene un efecto bálsamico, da humedad y evita la evapotraspiración de los
melocotoneros de Fraga. Provoca los singulares cardos de Cadrete y las
alcachofas de la huerta de Montañana. Y, en fin, es conveniente.
Por el
contrario, quienes están no tan lejos como nuestra lectora y autora rabalera Olga Neri, residente en
Tarazona en Navidad, nos remiten estas espléndidas imágenes con una luz
cenital. Que nos transportan a una Turiaso florentina.
Una ciudad
que no desmerece en nada, como tantas aragonesas, a cualquiera de las ciudades
de su población toscanas. Como Vinci, San Gimignano –hermana de Sos- o Pienza.
Ciudades renacentistas con las que nosotros también contamos. Quizá seamos el
único escenario en este sentido comparable a la magnificencia de las ciudades
intermedias italianas.
Como gran
lectora que también es debemos dedicarle un Dante a Olga y a Tarazona. Nuestra
pequeña e individual divina comedia, nunca sabiendo porqué nacimos aragoneses,
común a todas y cada una de nuestras vidas:
Del camino a mitad de nuestra vida
encontréme por una selva oscura,
que de derecha senda era perdida.
encontréme por una selva oscura,
que de derecha senda era perdida.
¡Y cuánto en el decir es cosa dura
esta selva salvaje, áspera y fuerte,
que en el pensar renueva la pavura!
28/12
Luis Iribarren