Una orquesta sinfónica se compone de una pluralidad de instrumentos, pero para que una obra suene con todos los matices, en su esplendor plural y aporte todos los sonidos ordenada y armoniosamente, se requiere que estos instrumentos se agrupen y se sitúen en una determinada posición en el escenario. Si no se ordenan así y mezclamos a algunos de ellos desordenadamente no haríamos música, emitiríamos ruido y la orquesta dejaría de cumplir su función.
Esta pluralidad de instrumentos, ordenados por grupos diferentes en número, podemos ordenarlos en hasta siete grupos:
Los de cuerda, muy mayoritarios: violines, violas, chelos, contrabajos.
Los de viento metal, también numerosos, aunque menos que los anteriores: trompetas, trompas, trombones, bajos, tuba.
Los de vientos madera, menos numerosos: flautines, flautas, oboes, clarinetes, fagots, contrafagot.
Tras estos tres grupos numerosos se hallan otros que podríamos llamar minoritarios pero también necesarios y que requieren una singularidad en el escenario:
Los de percusión: timbales, cajas, triángulos.
Los de viento madera auxiliares: clarinete bajo, contrafagot, saxofones.
Y finalmente señalar que dos instrumentos, siendo una unidad en la orquesta, no dejan de aportar matices y sonidos imprescindibles en no pocas obras y que se sitúan separadamente en el escenario:
El arpa
El piano.
Jorge Marqueta Escuer.