El 25 de abril de 1974 se inició en Portugal la Revolución de los Claveles, que terminaría con una dictadura que llevaba imponiendo su poder durante 50 años en el país vecino. Por aquel entonces en España nos acercábamos al final de otra dictadura, esa que había comenzado un 18 de julio del año 1936 cuando los militares facciosos daban un Golpe de Estado para acabar con la II República e iniciar uno de los periodos más negros y tristes de la historia de España.
La Guerra Civil española fue, sin duda, una lucha de clases y sobre todo una lucha del poder de la iglesia y de la oligarquía, tal y como siempre se había entendido y se sigue entendiendo, contra aquella República que proclamó la igualdad entre hombres y mujeres, separó la Iglesia del Estado, renunció a utilizar la guerra para dirimir los conflictos, implantó una educación laica, aprobó la Ley de Reforma Agraria y aseguró, en el primer artículo de su Constitución, que era una República de trabajadores de todas las clases.
La República no gustaba a los militares, no gustaba a los banqueros, ni a las clases acomodadas que soñaban con instaurar sus poderes y sus beneficios, siempre protegidos por la iglesia y la monarquía. Hasta ahí un relato, pero en la sombra de aquella sangrienta guerra, de su brutal posguerra y de la infame dictadura se esconden las lágrimas de miles y miles de familias que vieron cómo los suyos eran tiroteados inmisericorde en las cunetas de las carreteras y frente a las paredes de los cementerios, y en fosas comunes sin flores ni nombres quedaron enterrados, porque los ganadores esperaban que el silencio se impusiera entre los vencidos y durante años lo impusieron a base del miedo y la tortura.
El golpe de estado del 36 y la posterior dictadura franquista han dejado heridas que siguen sangrando: muertos enterrados en cal viva en cunetas oscuras, niños robados a madres republicanas, violaciones de los derechos humanos, represión, injusticia y un pueblo que se movía aterido de frío y miedo, un pueblo que difícilmente podía pensar, porque en su día a día lo imprescindible era sobrevivir.
Hoy, 81 años después de aquel golpe de estado, Aragón ha aprobado su anteproyecto de Ley de Memoria Democrática a través del cual se sancionará el enaltecimiento del franquismo, se dignificará a sus víctimas, reparando su dolor y la afrenta de tantos y tantos años y tanto y tanto olvido, y todo ello ha sido posible gracias a un pacto de investidura entre PSOE y CHA y en el que Chunta Aragonesista exigió al Partido Socialista la puesta en marcha de esta medida para dignificar nuestra propia historia y de esa forma mirar al futuro sin miedo y sabedores de un pasado que jamás debe ni puede repetirse.
España, sin duda, luchó desoladora y sangrientamente contra el fascismo y si bien aquél venció a España y a Europa durante décadas, hoy, 25 de abril de 2017, Aragón ha ganado una batalla, una importante batalla y que no es más que la de la libertad, la democracia y el derecho de todos los muertos a descansar en paz. Verdad, Justicia y Reparación.
Ángela Labordeta