Estos días atrás tuve la oportunidad de visitar el monasterio de Sijena. No ocultaré que más que visitar el Monasterio cisterciense, que ya conocía, mi curiosidad se centraba en ver los bienes ya expuestos llegados desde el museo de Lérida y del Nacional de Arte de Cataluña.
Pero me quedé planchado y frustrado viendo el exiguo contenido en la sala magníficamente acondicionada para albergar las piezas. Me sentí engañado al ver lo poco que ahí había. Años de idas y venidas con recursos, juicios, autos y bendiciones papales obligando a la devolución de las obras y pinturas murales sin prácticamente resultado.
Y, ahí, en la vacía sala Capitular que debía estar con las pinturas expoliadas que siguen en Barcelona me acordé de cómo el Estado devolvió del archivo de Salamanca a Cataluña, los documentos incautados por la ocupación franquista durante la guerra civil, algunos de ellos, por cierto, procedentes de Aragón, que nuestros vecinos siguen sin devolvernos.
De madrugada, con despliegue policial incluido, la Generalitat se llevó sus papeles. Mientras que para lograr la devolución de los bienes aragoneses, en ese agravio, ni el Tribunal Constitucional, ni la jueza de Huesca, ni el gobierno aragonés, ni el obispado de Monzón pueden recuperar lo que por ley nos pertenece y que nunca debió de salir del Monasterio de Sijena.
Patrimonio histórico que es parte de nuestra idiosincrasia y de una localidad, donde contenido y continente forman una unidad artística e histórica, y por tanto es indivisible. “Si me engañas una vez tuya es la culpa, si me engañas dos, ya es mía”, aforismo que viene al caso.
Daniel Gallardo Marin