El viernes 29 de diciembre celebra la Asociación de Vecinos del Barrio Jesús junto al Ligallo de Fablans de Zaragoza y para todos los vecinos de nuestra ciudad, a las 12 de la mañana y en la propia Plaza Jesús, la Tronca de Navidad, una tradición festiva que nos recuerda las épocas rurales aragonesas de hace muchos años.
La propia Asociación de Vecinos ha dejado en su web un texto de los años 50 y de Pedro Arnal Cavero, recordando estas fiestas.
La Tronca es una actividad que se relaciona con los más pequeños de la casa y que consiste en la realización de un ritual, con un marcado carácter lúdico, para bendecir el comienzo de la Navidad.
En ella se unen tres elementos: “La Casa entendida como familia, el Fuego entendido como elemento purificador y el Fruto entendido como suerte o riqueza”.
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En todas las casas fuertes de labradores de estos pueblos del Somontano y de la montaña oscense hay, junto a la cocina de chimenea anchísima, un espacio grande o antecocina llamado recocina con impropiedad. En ese espacio comen y cenan los criados y los jornaleros; las mesas suelen estar adosadas a la pared, giratorias y plegables; unos bancos fijos y otros movilizables dan acomodo a tantos trabajadores que, en estas noches frías, se refugian cerca del gran hogar y de la fogata en cuanto llegan de los olivares o de los montes.
“Media vida es la candela, pan y vino es la otra media…”
En Nochebuena es de ritual poner en el fuego, antes de cenar, un gran tronco de Navidad; son precisos dos o tres criados forzudos para subirla a la cocina y colocarla en el hogaril convenientemente. Y hay que bendecirla, también con anís o el ron más fuerte de la casa. Es el amo, o un hijo del amo, quien tiene la obligación de practicar la ceremonia con toda seriedad y prosopopeya: “Yo te bendigo en el nombre de Dios y en el del Niño Jesús que va a nacer esta noche..” Se arroja una copa de anís de curar enrejadas en el extremo de la tronca que toca ya el fuego inicial, sube la llamarada fulminante, empieza arader la leña centenaria y cada uno ocupa su sitio en régimen patriarcal de jerarquía cronológica. Los abuelos, los amos jóvenes, los chicos… ocupan las cadieras bien tobas con sus colchonetas o con pieles de carneros ejemplares; las criadas y las “cogederas” ocupan sillas si el ajetreo de servir la cena les consiente descansos breves; y junto a ellas, sin solución de continuidad, los criados de mulas, los de jada, los chulos, los jornaleros forasteros y los del lugar. Y se llenan de gente estas grandes cocinas y recocinas durante la cena de Navidad, sobre todo si hay olivada, en muchos pueblos de estos rincones poco conocidos -sepa el lector sorprendido y malicioso que se llama “chulo” en mi tierra al muchacho de 14 a 16 años que, en las casas de los más ricos agricultores, tienen la misión de traer la paja en un enrome canastón, el agua en argaderas sobre los lomos de un borrico y, además, hacer todos los “mandalejos” de amos y de criados-. Casas de Mairal, de Carilla, de Lorén, de Don Benito, de Laspuertas, de Muzas, de Batalla, de Pardina, de Martín Juan…, vuestro abolengo y vuestras cocinas en años de olivada pueden dar páginas para un libro voluminoso de contenido sugestionador y edificante.
En estas grandes antecocinas no pueden faltar tres cosas: el rincón para tozas, fajuelos y “estillas”, la cantarera, en que las criadas ponen sus mayores atenciones de gusto, limpieza y arte, y, sobre todo, el reloj de caja, esos relojes lentos, pacíficos, de péndulo compensador de dos metros de longitud, montados en ataúd vertical, desde el suelo hasta el techo. Todas las noches rectifica la hora, si se es preciso, el mozo mayor de mulas; no es el rey Carlos I en Yuste, ni sabe astronomía, ni entiende de meridianos, pero lleva un “Roskof” de medio kilo que es tan fijo como el sol de mediodía.
La caja del reloj de las recocinas de estas casas fuertes de labradores son los armeros y panoplias. Allí se guarda el trabuco cuyo origen se pierde entre las mocedades del bisabuelo. Está la escopeta de pistón, larga como una espingarda, con la que el abuelo, el señor Manuel, de calzón corto, camida de lino y alpargatas miñoneras, mataba tantas perdices porque tiraba “derecho y corto”. El señor Manuel hizo que sus casa y su hacienda fuesen las mejores de la redolada.
En la caja del reloj se haya todavía la escopeta de “La fusié”, ligera, de cartucho con clavico, la que tenía Manoled, el joven fanfarrón y barafundero, para matar perdigachos desde el barracón y conejos que se escapaban de las preseras; en tiempos de Manoled ya empezó a bajar la casa fuerte: las mulas se quedaron en dos pares, debía años de contribución y pagaba buenos “reutos” al banco. Y en la compañía de aquellas antigüedades, en su funda de cuero, está la de Sarasqueta, flamante y a toda prueba, de gatillos ocultos y triple cierre la que lleva el señorito Manuel cuando va a cazar jabalíes a Sevil, con unos señores que vienen de Zaragoza en un auto como a demba de E’Ugenio. Cuando vino Manolito del colegio llevaba un uniforme vistoso, con gorra de galones, banda y dos “flocos” colgando, zapatos de charol y capa muy corta. Ahora el señorito Manolo viene poco al pueblo; su casa, en pleno derrumbamiento, la desgobiernan un administrador y varios arrendadores, pero aun está en la recocina el reloj que señalaba la hora de madrugada para ir al monte el abuelo con sus criados y jornaleros, el que avisaba al amo joven para ir de cacerías y de borina, el que ahora llama al señorito, a las doce, para comer y marchar a la ciudad con unos cuantos billetes que ha cobrado por la venta del último campo que tenía sin empeñar…
“…y en tanto el mundo
sin cesar navega
por el piélago inmenso del vacío”
Pero en las grandes cocinas del Somontano y de la baja montaña no falta la tronca de Navidad que sostiene y aviva el fuego en estos días de fiestas que son una invitación a vivir al calor del hogar y al calor del amor.
Fuente : http://www.radiquero.com y Asociación de Vecinos del Barrio de Jesús