Artículo publicado en la Revista Blanco y Negro, sobre la
Torre Nueva de Zaragoza, el 14 de agosto de 1892.
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¡Caerás, caerás, oh Torre Nueva! Los ediles de tu pueblo se
empeñan en echarte abajo, y no aparece el salvador Venturilla.
Empezaste a caer hace treinta años, cuando te arrancaron el
airoso chapitel que formaba tu corona, decapitándote, dejándote desmochada a manera
de campanario de aldea; y ahora, si tu inclinación no ha aumentado desde los
reconocimientos periciales de 1847 y 1849, has tenido el mal gusto de arrojar
al la calle «algunos cascotes de yeso y ladrillos , para que la gente a quien estorbas exclame con voz fatídica: ¡Abajo!
¿Qué español-ilustrado no conoce tu historia? Los Juradas de
la ciudad, en sesión de 22 de Agosto de 1504, acordaron «erigir una torre de
reloj, para el gobierno de los tribunales, enfermos y vecinos», y el rey D. Fernando
el Católico aprobó el acuerdo en 22 de Septiembre del mismo año; delineó los planos
el maestro Gabriel Gombao , y la construcción se hizo en quince meses por los
maestros albañiles Juan de Sariñena, cristiano, Ince de Galj, hebreo, y Ermel
Vallabar y Monferriz; moro, «resultando una de las obras más notables del estilo
mudéjar , por su originalidad y gallardía; el maestro Jaime Ferrer, de Lérida,
fabricó el reloj con dos campanas, una para señalar las horas, y otra para loa
cuartos, por el precio de 100 florines de oro, su base, octogonal mide 45 pies
de diámetro, su altura es de 312 pies, y su inclinación, que empieza á unos 10
pies del suelo y sigue hasta los continuando el resto vertical es de nueve pies
y medio, y se asegura que su arquitecto, Gabriel Bombeo, la construyó así de
intento.
Tu campana, oh Torre Nueva, con la grave y poderosa, voz que
la diera el fundidor leridano, ha anunciado al pueblo de Zaragoza los hechos
más insignes: el juramento de Carlos (ante el Justicia Mayor de Aragón, prometiendo
guardar y hacer guardar los fueros del reino; la heroica muerte, en suplicio
glorioso, de Juan de Lanuza; la victoria del valeroso Staremberg en las
hondonadas y laderas del Barranco de la Muerte; las tremendas revueltas del
populacho en Abril de 1766, que sólo se apaciguaron con la abnegación del
ilustre Pignatelli , el heroísmo, 'humilde del P. Garcés y el valor de los
labradores del Arrabal, San Miguel y San Pablo; los memorables Sitios de la Guerra
de la. Independencia, cuando los cañones de Lefèbre Verdier, de Lannes y Moncey
arrojaban millares de bombas, y el tañido de tu campana protegía a los
indomables sitiados.
Caerás, oh Torre Nueva, y se confundirán tus escombros, en
la misma ciudad de Zaragoza, con los escombros del grandioso monasterio de Santa
Fe, de la cartuja. de Aida Dei, del soberbio convento de Santo Do- mingo, de la
gallarda Cruz del Coso, de la puerta.
romana del Ángel, y quizá, también, «porque malos vientos soplan››, del insigne
palacio de la Aljafería.
Y cuando rueden por el suelo empolvado los restos de tu
grandeza, recordaremos las torres de los Asinelli, de Garisenda y de Pisa, más
inclinadas que tú y dos ó tres siglos más viejas que tú, y exclamaremos con
penoso desaliento: ¡Sursum cerda!