Y el sol calcina ya mil y mil lenguas y yo pensaba que nada iba a pasar que no pasara por la situación en Cataluña y los agitados pasos que nos arrastran al precipicio de nuestros egos vanidosos y enfermos. Nada iba a pasar y yo me colgaba de una nube escondida, donde me resignaba a olvidar tu belleza de tristeza sin arraigo en una vida que me arrebata una y otra vez su imposible verdad.
Pero no, había algo más y en ese instante había presente y futuro. Nosotras estábamos allí, alrededor de una mesa, dispuestas a hablar de literatura, a hablar de nosotras, pequeñas escritoras de mundos sin decoro, pecadoras con la palabra y el verso, desnudas como una nevera vacía y sin alma. Marina Heredia, Ana Alcolea, Olga Bernard, Irene Vallejo, Cristina Grande y yo misma y entre el público mi querida Eva Puyó, hermosa y madre; Sabina y hambrienta. Antón Castro nos presentó y dedicó a cada una de nosotras suaves palabras que navegaban por nuestros océanos de colores y sueños.
Era mañana y era Zaragoza, tan hermosa como siempre, tan escurridiza y digna; era mañana de sábado y en aquella sala del Ayuntamiento dejamos lejos muy lejos la realidad cotidiana de hechos incesantes y rotos y nos detuvimos en esa otra cotidianeidad que se esconde en las páginas de los libros, en el abismo que produce no saber si lo que vas a contar herirá tu alma ya herida, pero eso no importa, porque hay que contarlo, aunque se rasgue un poco más tu camiseta de hielo y se vuelvan humo todos los delirios.
La belleza en ocasiones hiere y la sensibilidad rompe. En aquella mañana le dije a Cristina: “No me encuentro bien. Me invade la ansiedad”. Ella buscó un caramelo en su bolso, caramelo que nunca encontró, y aunque la ansiedad permaneció ante tanta belleza, jugué con ella y acaricié cada una de las palabras que se esconden tras las tapas de “Hablarán de nosotras”. Para avanzar y no huir. Para permanecer.
Fuera, en la ciudad del cierzo, la vida continuaba ajena y suave, y el universo era cada vez más una burbuja rota, una grieta sin corazón, un grito ajado porque ya nadie busca piedad.
PD. Para ti. Para nosotras.
Ángela Labordeta