Dedicado a Jorge y Silvia Marqueta. No era santo de mi devoción el garito, por proponer casi
siempre música que me aportaba poco a gran volumen y por volver constantemente
a los 80. Si en Zaragoza algo gusta es que… vende… (ciao, Raffaela).
A diferencia de Jorge, a mí los 80 salvo excepciones
de “Nueva Ola” ó el maestro Mauricio Aznar y casi cantautores –la trinidad
Auserón, Antonio Vega, Alaska-más Canut en música de baile-, me parece una
época donde todo valía, excesivamente barroca y prefiero manifestaciones
musicales anteriores y posteriores. Otra cosa es nuestra noche en los 80,
maestro. Aunque nuestra querida Silvia a los 90 sea debida.
De antes, me emocionan más Rosendo y su proyecto Leño (tan valorados en
los siameses Monzón-Sabiñánigo) y los Sírex –a los que nunca he visto en
directo-.
De después cualquier cosa que beba en las fuentes de
los Who o la Creedence, como Nirvana y Oasis. Me tocan la fibra los Planetas o
los Elefantes y Omega me parece un monumento musical. También me gustan mucho
Love of Lesbian. Grupos inquietantes, con melodías facilonas chicle y guitarras
desgarradas grunge detrás. En fin, me llevo mejor con la gente de 40 años que
con mi generación.
Dicho esto, ha cerrado el Licenciado Vidriera. Sé lo
que representó para muchos amigos que se tomaban en él la primera copa, yo
esperando a demarrar para ir a oír el primer Coldplay a la Recogida y música
todavía más experimental a la Pianola… Sigo haciéndolo a mucha honra, como un
veterano de guerra de Vietnam. Por eso me molesta un poco el tonillo gafapasta
de la calle Espoz y Mina, de sabihondillo que yo ya tengo sin que nadie me
anime. Ahora estoy de moda, por sabihondo y hipster avant la lettre…
Antes de la decadencia del Temple –porque mi
generación ya no sale como antes- fue la muerte anunciada del Fergus y de
Zumalacárregui. O de los cafés de quemadillos de Predicadores, entre todos
Guguzelli precioso y barroco, y de la zona de Maestro Marquina. También de la
Estación del Silencio y de Interferencias.
El Orígenes… Nuestros orígenes…
Antes y para Labordeta y su generación, el final del
Café Niké, antes todavía el Ambos Mundos… sustituidos por café con apariencia
de café-tertulia donde nadie habla y todo el mundo pasa demasiado rápido.
Zaragoza debería conservar con orgullo algún café de los mencionados como el
Iruña de Pamplona donde tanto me gusta leer y cuya sala os traslado, gloria del
modernismo navarro.
Siempre quedan refugios, pero es verdad que la
muerte de determinados escenarios nos hace pasar a un momento de crepúsculo con
cierzo que se mete en nuestro interior. Es un pellizco de muerte, de la ciudad
y personal. En ese ciclo total de la vida y universo que cada día
experimentamos como héroes de Joyce. Volvamos a la ilusión de una mañana de
cierzo con buena luz o una plácida conversación de edad madura… con esa correa
en comprender a los demás que dan los años, Iglesias.
Por eso os dejo con esta bellísima imagen del
arranque de la calle del Temple junto a la persiana del Costo Maltés, escenario de algunos de los lugares de
encuentro que mencionamos.
08/02/17 Luis Iribarren