Vargas Llosa me parece uno de los escritores fundamentales de la literatura en lengua castellana, tanto por su excelente obra como por el enriquecimiento de la lengua con los peruanismos que introduce. No solo no prohibiría o atacaría su obra, sino que recomiendo vivamente su lectura, pero políticamente estoy muy distante de sus posiciones.
Considero a Fernando Savater uno de los grandes intelectuales de nuestro tiempo, imprescindible para acercarse a la Filosofía de forma amena y sabia. No haría campaña alguna en su contra, bien al contrario, recomiendo vivamente sus ensayos filosóficos a quien quiera acercarse a la Filosofía, pero políticamente no comparto sus posiciones.
Recientemente, estuve en la clausura del Festival de Cine “Espiello” en Boltaña, allí homenajearon a Fernando Trueba, al que no conocía, pero cuando me acerqué a él e intercambié apenas unas palabras, quise adivinar en sus ojos la tristeza del que ha sufrido la intolerancia más lacerante. Sufrió un infame acoso por razones ideológicas, que supuso el fracaso de taquilla de su última película y creo que ha quedado marcado de por vida.
El ambiente para la libertad de expresión es irrespirable en el Estado Español, llegando a condenas por chanzas que a inicios de los ochenta e incluso finales de los setenta del siglo pasado formaban parte del humor cotidiano, campañas contra el que piensa diferente y un largo etcétera de despropósitos intolerantes.
Un ambiente así, sin duda, empobrece en general y deja graves secuelas en lo personal y me genera un fuerte rechazo. He de reconocer que me gusta la conversación, especialmente con quien piensa diferente o ha recorrido parcelas del saber para mí incógnitas. Siempre aprendes y es ejercicio muy recomendable.
En Boltaña recordé una conversación con un amigo que estudió y vivió varios años en la Gran Bretaña. Él, monárquico convencido; yo, republicano por convicción. Él defendía las bondades de la idea de la continuidad del Estado encarnada en una familia, la necesidad del boato, del peso del pasado, del aspecto formal de las tradiciones que nos enlazan con el pasado, del papel de la religión como elemento clave del ceremonial. Yo, de lo ineludible que es que la Jefatura del Estado sea elegida democráticamente, de la lógica del laicismo, de la precisa separación entre lo público y lo privado en lo que a creencias religiosas se refiere, de la idea del ciudadano frente al súbdito, de los valores republicanos...
Ni él se movió un ápice en sus convicciones, ni yo varié un punto lo que pensaba y sigo pensando al respecto, pero ambos convenimos que, en el Estado Español, dando un repaso a la historia de los Borbones, no se puede ser otra cosa que republicano.
Una nómina de personajes incapaces para asumir responsabilidades de gobierno: por sus desequilibrios metales (Felipe V o Fernando VI), por pusilánimes y volubles (Carlos IV), por ser abyectos personajes (Fernando VII), corruptos (Isabel II), filofascistas (Alfonso XIII).
Hasta llegar a nuestros días, con Juan Carlos I, que hablaba del genocida Franco como “un ejemplo (…) por su entrega patriótica diaria al servicio de España. Tengo por él un enorme afecto y una enorme admiración” o Felipe VI con su desprecio a las víctimas del franquismo cuando afirmó “son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas”. Por no hablar del “caso Urdangarín”, la presencia de miembros de la familia en “los papeles de Panamá” o la herencia en bancos suizos de Juan Borbón….
Jorge Marqueta Escuer.