Hay una eclosión vintage, de bares de suelos pretensados de los años 20 con barras sencillas, de hoteles rurales con encanto, de restaurantes que vuelta de la esferificación a oler a cebolla de Fuentes.
Vuelve ese talento que se manifestaba en un determinado punto del Coso de Huesca donde en los 80 un visionario se marcó una tienda de ropa con elefantes a cada lado de la puerta, como si fuera la entrada a Asur o Babilonia.
Hay diseñadores increíbles implantados en Calanda, haciendo cajas con encanto para embalar el oro dulce amarillo, esa fruta que supera –y ya es decir- al mango cuando se coge en sazón. Envolviendo el sabor del Guadalope en cajas de etiqueta para regalo. Modo cerezas japonesas o chocolate caro, bien visto y gran reivindicación.
Lo mismo cabe decirse de Gozarte. En la propia capital de Aragón, cual de si recorridos en Hollywood se tratara, creemos que tenemos menos historia, patrimonio pero…, sobre todo…, historias de lo que nos creemos…
Como sucede en los trabajos, en realidad en lugar donde vivimos en lo menos trillado que tenemos. Yo soy de los que piensan —homenaje a mi mejor amigo Emilio Abanto— que de Zaragoza no se tiene por qué salir. Hay que entrársela.
En esa dirección, es asombroso y deslumbrante qué está haciendo Gozarte: concebir nuestra ciudad, Aragón, incluso cualquier lugar como encargo… como un territorio por hollar.
Siempre cambiamos, no siempre paseamos con los mismos, los vermús no son estáticos, nuestros bares de pasado cierran, incluso nuestras opciones ideológicas periclitan por generacionales.
Pero qué hermoso que alguien te plantee un paseo por la Zaragoza de Labordeta, por la Jaca de Gabriel y Galán, que te explique a fondo el parque de Huesca, la emigración desde el valle del Ebro a Zaragoza, la reconstrucción de Teruel… Sí, debemos acostumbrarnos a sumar, cualquier gobierno hace cosas que quedan… Por eso, sería un lujo estudiar con Gozarte la generación de la plaza del Pilar, de la Feria de Muestras…
Paseos temáticos por la Zaragoza nocturna o la Zaragoza como escenario cinematográfico. Visitas teatralizadas al Portillo o a la Cartuja de Aula Dei, como en la foto.
Si ya has estado una vez en Loarre, son necesarias estas iniciativas para volver. Para salir con la sensación de que nunca antes estuviste. O que la primera visita no fue sino una aproximación para perder el miedo. Ese primer viaje donde te comes el primer curry, cambias la primera rupia o preguntas como un gilipollas dónde está la calle 42 con la Séptima Avenida en Nueva York…
Donde lo que vas es a sobrecogerte con el Estadio Olímpico de Berlín en el momento de Jesse Owens, con la arquitectura de machaque de Albert Speer o las ruinas asirias y te vas sin conocer Berlín, pero solo quedándote con los años con un vuelo de falda de una chica germano eslava embutida pero airosa en un precioso vestido gris marengo que nadie se podría poner en Zaragoza. Destilando rayos de sus tristes ojos gris Krupp. En el barrio judío de Berlín, junto al Teatro Rojo y Prenzlauer.
Dado que en Aragón no podemos competir por suerte en la Champions League del turismo mass media, cuidemos de estas iniciativas con tanta imaginación. Llamemos a los propios aragoneses de origen a recorrer verdaderamente Zaragoza con Gozarte… Eso sí que les quedará más grabado que un petroglifo, que la foz de Petra y que el Código de Hammurabi.
Todo esto oyendo a mi esencial Tom Petty, Free Fallin’… Todos nos hemos caído y nos caeremos, puede que de ningún guindo.
Ella es una buena chica, quiere a su mamá,
quiere a Jesús y a América también.
Es una buena chica, está loca por Elvis,
Le encantan los caballos y su novio también.
Es un largo día viviendo en Reseda, hay una autopista que cruza el patio,
y yo soy un mal chico, porque ni siquiera la echo de menos,
soy un mal chico por romper su corazón.
Y estoy libre, en caída libre,
sí estoy libre, en caída libre.
02/09/2017 Luis Iribarren