Mi querida y vieja Romareda acaba de cumplir 60 años. Mi infancia y juventud se fraguaron con los triunfos históricos del Zaragoza allí vividos, y mi mejor terapia para mis problemas. Grandes equipos y jugadores del continente pasaron en diferentes épocas por este templo del zaragocismo.
Templo que también acogió a las grandes estrellas de la música, poniendo a Zaragoza en lo más alto. Éxitos deportivos que hicieron del Real Zaragoza un grande en Europa, llenándonos de orgullo a toda la sociedad aragonesa. Fueron épocas donde las únicas alegrías las daba el.
Un Zaragoza que animaba a la afición a tomar las calles y plazas para celebrar con banderas, cánticos y vítores en un mismo sentimiento. Una afición que sacó su vena más creativa para formar alegorías de jugadores y equipo sentando precedentes en otras aficiones.
Tiempos en los que un repleto balcón de la Plaza del Pilar era un campo de disputa entre multitud de políticos disputándose posar junto a los campeones, ante una plaza abarrotada con más de cien mil personas orgullosas al ver a su equipo y el nombre de su ciudad en lo más alto.
Han pasado los años y ya no hay mucho que celebrar. Ni siquiera el nuevo estadio que insuflaría dignidad al día a día. ¡Hoy día seguimos añorando el proyecto de los concejales de CHA antes del 2006!
El mismo que fue paralizado por un juez que atendió las increíbles demandas de la derecha entonces en la oposición. Siguieron virtuales pero costosos proyectos en diferentes lugares de la ciudad que nunca llegarían a nada.
La Romareda, mi querida Romareda, desfasada, vieja e incómoda sigue a la espera de que unos y otros tomen conciencia y, más pronto que tarde, finalmente Zaragoza tenga el coliseo que merece. Por eso no podemos seguir en el eterno dilema de si son galgos o podencos.
Mientras, nuestra querida y vieja Romareda, sigue siendo el único campo sin haber sido renovado. Por eso va siendo hora de buscar una solución.
Daniel Gallardo Marin