Me gusta mi ciudad, mi Zaragoza, pero no lo que veo en algunos sitios. Y por sentirla mía, me duele el maltrato de esa ciudadanía que, con puntualidad metódica, todos los fines de semana la convierten en basurero.
La habitual práctica del botellón, en muchos jóvenes, incluso menores, convierten las riberas del Ebro en auténticos estercoleros, incapaces de depositar los restos de sus juergas en los cercanos contenedores y papeleras. Y, junto a esta suciedad, parques, calles, edificios, contenedores quemados y mobiliario urbano son pasto de pintadas y ejemplo de este incivismo que nos agobia.
Pero siendo ese un problema que ocupa y preocupa en cuanto a salud pública e imagen de ciudad, la economía también se resiente ya que la ciudad tiene que subsanar la limpieza y las reparaciones. Este es el daño que se ve. Pero el que no se ve, lo llevan por dentro los jóvenes que hacen del alcohol su forma de vivir el ocio y, en algunos casos, acompañado por algún tipo de sustancia.
Con el consumo de alcohol en la juventud de 13 a 20 años, va a pasar como con el fumar en los años cincuenta del siglo pasado. Lo que se veía como algo "distinguido" y "moderno", se convirtió en cáncer de pulmón, (entre otros) para una buena parte de la población.
Está ya más que comprobado que el alcohol en los jóvenes afecta al desarrollo neurológico ya que el cerebro no termina de madurar hasta los 22 ó 23 años. Pero además, el alcohol provoca obesidad y diabetes y les aumenta las probabilidades para ser alcohólicos en el futuro.
Es por eso que el trabajo educativo en la propia familia es imprescindible. Dando ejemplo y una mayor comunicación, abordando eficazmente el peligro de ese consumo excesivo y sus grabes efectos físicos, psíquicos y sociales.
La escuela, otro referente para nuestros jóvenes. Instaurando un sistema escolar de convivencia que posibilite acompañar el crecimiento educativo de nuestros jóvenes, promoviendo su desarrollo como sujetos de derechos y responsabilidades, es decir ciudadanos. Ambos pilares, el académico y familiar en una construcción cotidiana, cada uno con su responsabilidad y sin interferencias.
Pero esa prevención no quita que se extreme la vigilancia para dar una respuesta a ese vandalismo que tanto mancha y afea mi ciudad.
Daniel Gallardo