En estas fiestas del Pilar hemos visitado, sin pretenderlo, un escenario nuevo que no teníamos previsto: el Hospital Clínico Lozano Blesa de Zaragoza. Las urgencias de mi hospital de referencia y el de mi familia se han convertido en el acto central de unas fiestas que hemos vivido de manera diferente por la preocupación y el miedo a lo desconocido que surge cuando, de repente, se pierde la salud.
Y, junto al malestar y desasosiego que produce el enfermar de repente, te encuentras con una sala atestada de personas a la espera de ser atendidas también. No es el mejor momento para ponerse enfermo en las fiestas del Pilar. La gran cantidad de visitantes a nuestra ciudad hace crecer las urgencias de una manera exponencial, llegando a saturar pasillos, salas de espera o bóxers, teniendo que recolocar el personal sanitario a enfermos como buenamente pueden.
Pero mientras la fiesta estaba en la calle, los profesionales de la medicina y ayudantes se multiplicaron en ese pequeño caos y se afanaron admirablemente por atender a todos los que con impaciencia, como yo, esperábamos ser atendidos.
Todos tenemos prisa, nuestro natural y comprensible egoísmo, sea por temor o dolor hace que el tiempo de espera se eternice. No es el momento de entrar en las polémica de si falta personal sanitario o se necesitan espacios mayores.
Pero por el trato y la atención recibidos en estos días solo pueden salir de mis labios y de los de mi familia, palabras de admiración y gratitud para esos grandes profesionales. Cada uno dentro de su labor vocacional, profesionales médicos, enfermería, personal auxiliar y servicios técnicos.
Mi agradecimiento va a cada uno de estas personas porque en ningún momento he notado una mala frase o menosprecio, solo un trato personal afectivo y comprensivo a pesar de la gran saturación de enfermos.
Una sabia persona profesional de la medicina dijo: "La mejor medicina es la que también ofrece amor y cuidados". ¿Y, si no funciona? -dijo otra- Aquella sonrió y contestó: "Aumenta la dosis".
Daniel Gallardo Marin