3.9.13

Ataque al Arrabal de Zaragoza febrero 1809. En defensa de la paz


Os dejo un texto largo a modo de diario de guerra, sobre lo acontecido en el ataque al Arrabal de Zaragoza el 21 de febrero de 1809. Ahora que son tiempos de guerras, recordar someramente lo que nos sucedió en Zaragoza hace dos siglos nos recuerda el sinsentido de las guerras. De todas las guerras.
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La primera empresa del enemigo fue la expugnación de monte Torrero del que se apoderó con muy pocas pérdidas el 21, abandonándolo el general Salnt-March; más no fue tan afortunado en la tarde de dicho día en el ataque del Arrabal por la División Gazan. Este avanzó por las eminencias de Juslibol, se extendió por su izquierda hasta el Gállego, y se apoderó de la torre del Arzobispo, cuyos defensores, del Batallón de Suizos, fueron todos muertos o prisioneros. Animados los franceses con estas ventajas, embistieron gallardamente, a paso de carga, las baterías del Burgo de Altabás, en donde mandaba el brigadíer Manso. 


Llegados al pie de las baterías del Rastro de los Clérigos y de los Tejares, les asaltaron con el mayor brío; más el coronel de Artillería D. Manuel Velasco dirigió el fuego con tanta serenidad y acierto, que rechazó el ataque, dejando el foso lleno de cadáveres enemigos destrozados por la metralla, completando la victoria la Infantería y Caballería, que presas de un pánico espantoso en los primeros momentos del combate, pudo contenerlas en su huida Palafox en persona, y hacer que volviesen por su honor lanzándolas de nuevo contra los franceses, los cuales rechazados de todas partes, se retiraron al anochecer con pérdida de unos 800 hombres. 

En el parte oficial se encarece en alto grado el heroísmo, pericia y singular esfuerzo de los oficiales de Artillería, de los cuales el coronel Velasco “llevó su bizarra serenidad e inimitable presencia de ánimo, hasta el peligroso extremo de ponerse de pie varias veces a cuerpo descubierto sobre la cresta del parapeto, con el fin de observar los movimientos y dirección del enemigo, y correr de una a otra batería para contenerle y rechazarle, despreciando el vivo fuego que se le dirigía, con inminente riesgo de ser sacrificada", por cuyo mérito le promovió Palafox a Brigadier sobre el mismo campo de batalla (lmpurificado en 1823, lo mismo que la mayor parte de los oficiales del Cuerpo, por sus ideas liberales, vino a morir -a la edad de 48 años, siendo ya general de Artillería- en una buhardilla, entre las garras de la miseria, y a recibir la sepultura con nombre supuesto y en clase de mendigo, para librar del furor de la Policía al vecino que le tenia oculto). 

Murieron gloriosamente el teniente D. Juan Pusterla y el alférez D. José Saleta, rechazando espeque en mano el Tercer asalto de los franceses a la batería del Rastro, distinguiéndose en el combate el capitán Salcedo, comandante de dicha batería; el capitán de Ingenieros D. Blas Gil, los coroneles D. Diego Lacarra y D. Pedro Villacampa y otros. Alcanzaron también gloriosa muerte el coronel Cardón, del Regimiento Fernando VII, el capitán D. José de Santa Cruz y el alférez D. Esteban Jiménez.

FORMACIÓN DEL SITIO: Desechada el 22 por Palafox la intimidación que le hizo el mariscal Moncey, abrió el enemigo la trinchera en la noche del 23 por la derecha del Ebro para dirigir un ataque en regla por la derecha contra el convento de San José, por el centro contra el reducto del Pilar y puente del río Huerva, y otro simulado por la Izquierda contra el castillo de la Aljafería, para distraer por esta parte la atención de los defensores de los verdaderos puntos amenazados.

ULTIMOS COMBATES EN EL ARRABAL DE ZARAGOZA: Establecida la artillería enemiga del Arrabal en la orilla Izquierda del río Ebro, empezó a batir y arruinar las casas situadas al otro lado en el pretil del río, lloviendo infinidad de bombas sobre el Pilar, sagrado refugio de los habitantes, mientras que una nueva voladura permitía a los invasores asaltar el convento de Trinitarios Calzados, inmediato a la Universidad, quedando en su poder después de encarnizada lucha en la iglesia, en los claustros y en las celdas, y de este modo pudieron llegar ya a la puerta del Sol. En el centro otra mina derrumbó casi enteramente el palacio del conde de Aranda, principal objetivo del enemigo por aquella parte desde la toma de San Francisco, y que los zaragozanos habían convertido en ¡inexpugnable ciudadela, ocupando enseguida sus ruinas, pues los que lo guarnecían quedaron allí sepultados, y entonces se dedicaron los franceses a abrir a través del Coso, cinco galerías en distintas direcciones contra la parte antigua de la ciudad, cargando seis hornillos con 3.000 libras de pólvora cada uno.

Fallecían ya diariamente víctimas del hambre o de la epidemia de 600 a 700 personas, miles y miles de cadáveres insepultos obstruían en grandes montones las plazas y los alrededores de los templos, produciendo su putrefacción una atmósfera letal; por todas partes heridos y enfermos sin asistencia; y las bombas y toda clase de proyectiles seguían cayendo sin cesar aun en los barrios más distantes de la inmortal ciudad. Para hacer más critica la situación, el mismo Palafox, alma de tan heroica defensa, se hallaba postrado en cama; así es que tuvo que resignar el mando en una Junta presidida por el Regente de la Audiencia D. Pedro María Ric, barón de Valdeollvos. 

Esta se había reunido en la noche del 19, y en vista de que no podía contarse más que con unos 2.800 hombres de Infantería y 260 caballos para el servicio del arma, según los respectivos inspectores; que todas las existencias de pólvora consistían en seis quintales, que eran los que podían elaborarse cada 30 horas, y que no existían en situación de resistir más que la Aljafería y las puertas de Sancho y del Portillo, según manifestó el coronel Zappino, de Ingenieros, decidiose por mayoría de votos la capitulación, contra los deseos del pueblo, que trataba de extremar todavía la resistencia hasta hacer todos el sacrificio de su vida por la patria. En consecuencia, se personó el 20 D. Pedro Ric, con otros vocales en el cuartel general francés, y con el mayor desdén les dijo Lannes: “Se respetarán las mujeres y los niños, con lo que queda el asunto concluido. 

Ni aun empezado, replicó con firmeza Ric, pues Zaragoza tiene todavía para defenderse armas, municiones, y sobre todo puños.“. Firmada una capitulación en regla, salieron al siguiente día 21 por el Portillo, después de 62 días de sitio, ocho o diez mil defensores, entre habitantes y tropa, y desfilando por delante de Lannes, dejaron las armas al ple de la Aljafería. El mismo día entraron los franceses en Zaragoza por la puerta del Ángel profundamente Impresionados ante el terrible espectáculo que por todas partes se ofrecía a sus ojos. Son dignas de leerse las relaciones que hicieron el mariscal l.annes, los generales Brandt, Daudevard de Ferussac, Belmás y otros testigos presenciales. Según Brandt: "...La plaza del Pilar, ofrecía uno de esos cuadros que no se olvidan jamás. Estaba llena de mujeres y niños orando, de féretros, y de muertos para quienes hablan faltado féretros. 

En algunos sitios habla hasta veinte ataúdes apilados los unos sobre los otros... l-le asistido a muchas escenas de carnicería; he visto el gran reducto de la Moscowa, uno de los más célebres horrores de la guerra... en ninguna parte he sentido la emoción que allí. Y es que el espectáculo de la tortura es mucho más doloroso que el de la muerte “. Daudevard dice: "Los primeros días después de la toma de Zaragoza, antes de que verificase su entrada el Mariscal, era casi imposible transitar por las calles de la ciudad. Un aire pútrido e infecto nos sofocaba, las calles cerradas por los escombros o las piezas de artillería, obstruidas por las barricadas y los fosos que las cortaban; y por todas partes cadáveres de hombres y de animales...". 

El frío Belmás, nos dejó su testimonio diciendo: “La ciudad ofrecía un aspecto horrible. Respirábase en ella un aire infecto que ahogaba. El fuego, que aún consumía varios edificios, llenaba la atmósfera con una espesa humareda. Los barrios atacados no presentaban sino montones de ruinas mezcladas con cadáveres y restos humanos esparcidos por ellas...” Habían perecido unas 52.000 personas, conquistando la heroica ciudad, con su defensa sobrenatural, gloria Imperecedera. Su posesión había costado a los franceses la pérdida de 8.000 hombres; de oficiales de Ingenieros, resultaron 12 muertos y 15 heridos; los Zapadores tuvieron 156 bajas; su Artillería hizo 32.700 disparos de cañón, obús o mortero, habiendo consumido 69.325 kilogramos de pólvora, y además 9.500 kilogramos en las minas.

Tomaron parte en la defensa de Zaragoza, de los actuales cuerpos del ejército, los regimientos de Infantería de Extremadura, Valencia, Murcia, Saboya, América y Cazadores de Segorbe y Las Navas, de Caballería los Dragones del Rey y Numancia. Más adelante se concedió una cruz de distinción a los defensores de Zaragoza, y la ciudad recibió el título de muy noble y muy heroica.

Recordando a Zaragoza, el mariscal Lannes dijo: "Qué guerra! ¡Que nombres! Un sitio a cada calle; una mina bajo cada Casa. ¡Verse obligado a matar a tantos Valientes, a tantos furiosos! Aquella guerra es horrible: Se lo he escrito al Emperador; la victoria da pena…”