Hace 1.000 años en la actual Europa sólo había cuatro ciudades mayores de 50.000 habitantes. Constantinopla que todavía se conservaba como ciudad romana, Tarragona, Córdoba y Palermo que eran ciudades árabes. El dominio bárbaro había acabado con la excelencia y la cultura, el pensamiento y las ciudades importantes, al potenciar el poder de las personas guerreras, al creer que el poder estaba en el territorio y no en las ciudades, en el mundo rural y no en el mundo del comercio y la industria, en la fuerza de las armas y no en la fuerza de las ideas.
Las ciudades —y Zaragoza— debe copiar esto, pues se mueven e incluso reviven si están heridas, desde las ideas, desde la innovación y el trabajo conjunto de las personas que las habitan. Mientras el mundo occidental de hoy se entrega al libre mercado de las ideas para lograr competencia y calidad, los árabes y el mundo oriental hace más de 1.000 años compraban, sisaban o secuestraban las ideas y las eminencias pues sabían ya entonces que sin ellas las ciudades se morirían.
Sólo con personas como número, solo con empresas como motor económico, no se forma una ciudad válida en el tiempo. Y aquí es donde todos desde Aragón debemos de ponernos a trabajar. Los últimos ataques frontales y a veces crueles contra la Universidad de Zaragoza ha sido un ejemplo del declive claro de una forma de ser.
Zaragoza y Aragón no serán nada, si antes no se deciden a serlo buscando la excelencia entre las personas, creciendo en ideas y formación, en saber y en cultura, en trabajo programado y estructurado para buscar el crecimiento de calidad ya que no parecemos ser capaces de serlo en cantidad. Pero sin duda una vez que podamos ser mejores en calidad, lo seremos también por pura lógica en cantidad.
Julio M. Puente Mateo