Una de las grandes preocupaciones sobre las consecuencias negativas del TTIP son los derechos laborales. Puede parecer imposible, absurdo, retorcido o incluso locura de antiamericanos pensar que un tratado que trata del libre comercio entre empresas y territorios pueda afectar a los derechos laborales de países enteros. Pues sin ser nada de lo adjetivado anteriormente, debemos entender —pero sobre todo explicar— que este tipo de tratados internacionales —que ya existen entre EEUU y otros países por todo el mundo— tienen una finalidad básica: Ganar mucho más dinero (sólo) entre grandes empresas. Y para ello nada se puede (se debe) poner en medio estorbando.
El gran truco es el llamado “lucro cesante” que tanto han empleado las empresas en todos los sistemas del derecho comercial y/o administrativo actual. Pongamos un ejemplo muy sencillo. Si un trabajador de una empresa monta una nueva industria con su propia experiencia, puede ser denunciado por la anterior si ésta entiende que se ha llevado parte de sus técnicas de fabricación o de venta y para ello se ampara en el “lucro cesante” como medida para solicitar las indemnizaciones. ¿En cuanto afecta a la primera empresa la decisión en la creación de la nueva empresa? Esa cantidad, que es la que se solicita de indemnización, se intenta cuantificar a costa del llamado lucro cesante. Lo que la vieja empresa dejará de ganar por unos cambios ajenos a ella y realizados sufriendo la modificación de las relaciones con sus proveedores, clientes, etc. y por decisiones de terceros contra las que no se puede defender. Efectivamente, rebuscado pero efectivo. No podemos denunciar por la decisión que ha tomado, pero en cambio sí podemos solicitarle indemnización si nosotros perdemos dinero por decisiones no totalmente amparadas en el “libre comercio” y que para fastidiarnos emplea técnicas no éticas o amparadas en el libre comercio. Por ejemplo poner precio más baratos a sus productos, comparados con los de su competencia conocida por haber estado dentro trabajando y sabiendo que sus amortizaciones de empresa nueva son más altas, precios más bajos solo para lograr robar clientes.
Normalmente el lucro cesante necesita pruebas para asegurar que ha existido y sobre todo métodos para medir el “cuanto”. Y normalmente se afianza sobre las cláusulas de los contratos entre las partes. Y aquí es donde está la letra pequeña que nadie quiere dar a conocer. En el TTIP a semejanza de los que ya existen con otros países, la “letra pequeña” es realmente muy peligrosa, como lo es la forma de dirimir los conflictos, las dudas, las interpretaciones entre las partes.
¿Y cómo afecta esto a las relaciones laborales? Pues pongamos otro ejemplo. Si una empresa decide hacer una gran inversión en Zaragoza con arreglo a unos parámetros bien conocidos donde no le son ajenos a la rentabilidad el sueldo que cobran sus trabajadores, y observa que en el país suben el SMI un 20% tras lo cual puede (y realiza) poner una demanda solicitando a quien cambia las leyes una indemnización pues desde esa decisión está empezando a ganar menos dinero. Curiosamente no acudirá a los tribunales ordinarios de cada país, eso es solo para las empresas de ese país. Amparándose en el TTIP y sus textos firmados y acordados entre ambas partes acudirá al sistema “privado” de arbitraje que el propio TTIP se ha montado para estos casos.
Los mecanismos de resolución de conflictos (ISDS) son unos tribunales privados que permitirán a las empresas transnacionales denunciar a cualquier Estado o Administración del Estado —desde Ayuntamiento a Comarcas o Gobiernos menores o mayores— simplemente por el lucro cesante en sus negocios futuros y así frenar la capacidad de decisión de cada gobierno. Estos jueces internacionales no se basan en las leyes de cada país sino en las leyes comerciales internacionales y en los textos firmados y acordados. Aquellas sociedades que tienen un sistema laboral más garantista —y eso que hemos perdido lo que no sabemos explicar en derechos laborales durante la última década— verás cercenadas sus posibilidades de mejora. El TTIP está por encima de ellos NO como leyes, sino como acuerdos comerciales que permiten indemnizaciones. El TTIP no meterá a nadie a la cárcel, pero puede presionar hasta arruinar a sociedades.
Realmente el TTIP no necesita meter y ganar en juicio ningún conflicto a través de sus ISDS; con el miedo le basta. A estos mecanismos de resolución de conflictos no acudirá nuestra conocida y pequeña empresa de artes gráficas, tampoco la cadena de supermercados nacionales. Los costes del ISDS son brutales, aunque menores a las indemnizaciones que se piden en ellos. Solo pueden acudir las grandes corporaciones empresariales, auténticos purés de empresas asociadas a través de poco conocidos mecanismos de acciones de Bolsa y de Consejos de Administración. Y suele ser tanto lo que piden por el lucro cesante que con solo amenazar de su queja, sirve para dar marcha atrás o como poco negociar con la administración los cambios normativos en derecho laboral.
De todas las formas y si hay duda, simplemente con ver lo que ya se está haciendo en otros países iberoamericanos con acuerdos similares al TTIP nos sirve y basta. ¿Y entonces por qué se empeña Europa en firmar un TTIP que parece tan negativo? Pues por varios motivos, del que hoy solo destaco uno. Porque en Europa no mandan los políticos. O al menos no mandan “solo” los políticos. Las grandes empresas desde la sombra mandan más. Voy a dejar otro motivo no menor. Porque las medianas empresas europeas creen que el TTIP les beneficia en sus facilidades para vender al abrirse con menos aranceles y hacia grandes mercados fuera de Europa. Y es posible que en el corto plazo les ayude a sus cuentas de resultados. Pero que no duden que en el medio plazo les perjudica y mucho si las cláusulas que se acuerdan son la que se olfatean entre un excesivo secretismo.
Me decía una pareja de empresarios colombianos que en su región llegan grandes empresas americanas a invertir y a crear empleo. Y que una vez asentadas dominan totalmente la política local a través de sus mecanismos de presión. Amplían o deslocalizan las empresas a su antojo, cambiando gobiernos o metiendo miedo. Crean empleo a donde llegan, escuelas de formación profesional, viviendas de calidad aceptable para sus trabajadores, cooperativas de consumo, es decir el cielo para zonas deprimidas. Y a partir de allí, cualquier atisbo de cerrar e irse de la zona se convierte en un conflicto social, político, violento incluso ante el miedo. Muy rara vez deciden cerrar e irse. Pero su capacidad de influencia es inmensa, tanto como su capacidad de crear beneficios con técnicas ajenas precisamente al “libre comercio” pues juegan con la globalización de todo, incluidas las necesidades humanas más básicas.